A veces se apuesta por la pose, a veces por la naturalidad. Quizá la primera proteja, quizá la segunda exhiba. Nadie está exento de que el otro lo mire igual o mejor de cómo lo recordaba o mucho peor que en la foto de perfil en Facebook. Podemos llevarnos sorpresas, porras o silencios por cómo lucimos, por dónde estamos parados, por la persona con quien nos casamos o las razones por las que nos separamos.
Digamos que mi último reencuentro generacional no fue numeroso ni calculado sino sorpresivo y con pocos comensales. El lugar de la inesperada reunión suele estar invariablemente de fiesta, no obstante esa vez atestiguamos un extraño tránsito del cierre de la noche cougar al arranque de la madrugada escort.
Así le llaman los meseros.
Desde luego que lo que observamos e interpretamos dio pie a otra de las conversaciones infaltables en estas reuniones: la nostalgia del ayer. Nostalgia que va y viene. Que puede viajar o quedarse en tentación y sucumbida o en renuncia y resignación.
Saltaron a la mesa anécdotas de haber vuelto a contactar a la primera novia de la secundaria, al primer amor de la preparatoria, la curiosidad por abrir un nuevo capítulo, la necesidad de cerrar un círculo, la urgencia por dar carpetazo. . . No dejó de ser incómodo que los hombres ahí presentes hicieran alarde de las prerrogativas de su género, a la manera de clichés: que si con los años los hombres se hacen interesantes y las mujeres solo envejecen; que si la posición, el poder y el dinero compensan el paso del tiempo. . . Generalidades, que no verdades únicas, ante las que a veces uno reacciona y discute y, otras veces, solamente escucha y guarda silencio.
De hecho, más que los desplantes machistas, sexistas o materialistas, incluso más que ese necio empeño en medirse con los demás en términos de quién la hizo y quién no, lo que realmente me inquieta es esa sutil tendencia a ver en el otro un viejo conocido más que un ser por descubrir. Una mirada reduccionista que pareciera atribuir la experiencia de vida al recuerdo que de alguien se tiene: cómo era, cómo se comportaba: Ah, pues era de esperarse.
Por poner un ejemplo, una de las presentes, madre y divorciada, dijo que se encontraba en una relación complicada dado que su pareja vivía en el extranjero y no siempre le era fácil lidiar con la distancia. Acto seguido, le llovió. Reproduzco parte del coro griego que le cayó encima, tal y como lo recuerdo:
No es para menos. Desde niña te enamorabas de imposibles. Todos los otros no daban el ancho. Y no me extraña, pues siempre fuiste muy severa contigo misma. Y lo sigues siendo. Ya ves cómo adelgazaste. Y qué bueno que decidiste cuidarte. ¿Recuerdas cómo te escondías bajo ropa holgada? Te evadías. Y lo sigues haciendo. Por eso los amores platónicos. Hasta la fecha.
--No necesariamente. . . Uno aprende, decide, crece --alcanzó a decir la pobre, pero no contó.
--La esencia es esencia, te guste o no.
--¿Ahora tú sabes más de mí que yo misma? pregunta.
--Hay cosas que son evidentes ante los otros. Tú no quieres ver. Así eras entonces. Idealizabas lo que no podías tener y desdeñabas lo que estaba a tu alcance. Siempre ha sido así. La esencia es la esencia.
Lo menos malo fue que todos tuvieron oportunidad de dictaminar al de al lado. ¿Seríamos lo suficiente valientes para pasar de la superficialidad y la autocomplacencia a la disposición a escuchar y profundizar?
Para entonces, si un grupo de mujeres arregladas se levantaba de la mesa significaba que no habían pescadograduados y si un grupo de hombres treinteañeros llegaba con un par de mujeres llamativas quería decir que no les había alcanzado para pagarse cada quien su propia acompañante.
Las etiquetas son para las latas, no para las personas, es una frase célebre atribuida al actor Anthony Rapp. En un artículo titulado La chocante persistencia de las etiquetas, Scott Barry Baufman habla del efecto nocivo de éstas: Al convertir datos en categorías, se pierde información valiosa. Los seres humanos son más que anoréxicos u obesos, introvertidos o extrovertidos, talentosos o negados. Cada persona tiene una combinación propia de rasgos y experiencias de vida.
Al fin y al cabo, un reencuentro generacional es la ocasión propicia para representarse en el tiempo: en vivo y a todo color se aprecian los contrastes entre ayer y ahora, el devenir en bruto.
Hay quien piensa que este tipo de encuentros nos ahorran meses de psicoanálisis. Yo prefiero creer que son ocasiones para defender una narrativa propia como seres dueños de nuestro pasado y poder integrar éste con el presente hacia el futuro: Estas son mis caídas, estos son mis éxitos. Qué he hecho, qué hago, qué quiero y debo hacer yo, no los otros.
Provechoso el desencuentro generacional que resulte en un merecido encuentro consigo mismo.
Fuente: http://blogs.eluniversal.com.mx
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