Pero cuando nos preocupamos continuamente sin poner ninguna solución, se crea un incesante ruido emocional que ocasiona un desesperante murmullo de ansiedad. Esto suele empezar con un relato interno que va de un tema a otro a una velocidad desenfrenada. Si llega a ser repetido y habitual, la persona nunca deja de estar preocupada y no se relajará. Y en vez de buscar la salida, solamente da vueltas y vueltas a esas ideas repetidas, haciendo más profundo lo que le inquieta.
Si esa espiral se hace más intensa y se mantiene, puede llegar a ocasionar trastornos nerviosos muy variados: fobias ( cuando esa ansiedad se fija en un gran resentimiento hacia alguna persona o situación), obsesiones ( por la salud, la limpieza, la imagen personal…), pánico ( frente a cualquier situación) , insomnio (resultado de preocupaciones no certeras).
¿Por qué puede terminar la preocupación en esa especie de “ adicción mental”?
Saberlo es complicado. Tal vez porque mientras que la persona está sumergida en “sus pensamientos” accede a perderse en una interminable cadena de preocupaciones donde se refugia.
¿Se puede hacer algo para salir de esa espiral de preocupación? Porque no es tan fácil seguir los consejos de “no te preocupes, distráete un poco”, y semejantes.
Lo mejor que se puede hacer es conocerse bien para poder descubrir el fenómeno y desde sus inicios, cortar la tendencia. Debemos tener una actitud crítica a cerca de el origen de la preocupación y hacerse tres preguntas:
- ¿Cuántas posibilidades hay de que eso pase?
- ¿Hay algo razonable que yo pueda hacer para evitarlo?
- ¿Me está sirviendo mucho darle vueltas? O ¿de qué me está sirviendo darle tantas vueltas.
“La catástrofe que tanto te preocupa, a menudo resulta ser menos horrible en la realidad de lo que fue en tu imaginación”. Wayne W. Dyer
Vanessa Arjona