martes, 18 de junio de 2013

Hijo eres

El abuelo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. La familia completa comían juntos en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil. La comida caía de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel.

El hijo y su esposa se cansaron de la situación. "Tenemos que hacer algo con el abuelo", dijo el hijo. "Ya he tenido suficiente"... "Derrama la leche hace ruido al comer y tira la comida al suelo". Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en uno de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran frías llamadas de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.

El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Le preguntó dulcemente: "¿Qué estás haciendo?"

Con la misma dulzura el niño le contestó: "Ah, estoy haciendo un plato para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos."

Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupo un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa parecían molestarse más, cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

Anónimo

¿En qué piensa un bebé?

En las primeras etapas después de nacer, la conciencia de un bebé se encuentra en un estado que es todo sensaciones: no tiene la capacidad de pensar en el sentido de  razonar, memorizar conscientemente, reflexionar o enjuiciar. Quizás podría decirse que es más sensible que consciente.  Mientras duerme, el bebé es consciente de su estado de bienestar, al  igual que un adulto que duerme con su pareja es consciente de su presencia o ausencia. Cuando está despierto es mucho más consciente de su estado, pero de un modo que en un adulto se llamaría subliminal. En cualquiera de estos dos estados, es más vulnerable a su experiencia que un adulto, ya que no tiene ningún precedente con el que clasificar sus impresiones.
La falta de un sentido del paso del tiempo no supone una desventaja para un bebé intrauterino o para un bebé que esté en contacto con el cuerpo de la madre, simplemente se sienten bien; pero para un bebé que no esté pegado al cuerpo de la madre, el hecho de no poder mitigar cualquier parte de su sufrimiento mediante la esperanza- que depende de un sentido del tiempo- es quizás el aspecto más cruel de su terrible experiencia. De ahí que su llanto no pueda contener ni siquiera un vestigio de esperanza ya que actúa como una señal para encontrar alivio. Más tarde, a medida que las semanas y los meses van transcurriendo y la conciencia del bebé aumenta empieza a sentir un indicio de esperanza y el llanto se convierte en un acto asociado a un resultado, ya sea negativo o positivo. Pero la aparición de un sentido del tiempo a penas de ayuda a que las largas horas de espera sean más llevaderas. La falta de una experiencia anterior hace que el tiempo le resulte intolerablemente largo a un bebé que esté en un estado de anhelo.
Incluso años más tarde, cuando aquel niño tenga cinco años la promesa hecha en el mes da agosto de regalarle una bicicleta en navidad le resulta tan satisfactoria como no prometerle nada. A los diez años el tiempo se ha reorganizado en vista de la experiencia hasta el punto de que aquel niño puede esperar de una manera más o menos agradable un día para recibir algunas cosas, una semana para obtener otras, y un mes para algo muy especial, pero un año sigue sin tener demasiado sentido para él en cuanto a mitigar su deseo, y la realidad presente contiene una cualidad absoluta que dará paso solo después de experimentar muchas otras experiencias a un sentido de la naturaleza relativa de los eventos según la propia escala del tiempo. Solo a los cuarenta o cincuenta años, la mayoría de  la gente tiene alguna perspectiva de la verdadera dimensión de un día o de un mes en el contexto de toda un vida mientras que solo algunos pocos gurús y octogenarios son capaces de apreciar la relación entre los momentos o la vida de uno y la eternidad al comprender plenamente la irrelevancia del arbitrario concepto del tiempo.
Un bebé- como un gurú iluminado- vive en el eterno ahora. El bebé que está pegado al cuerpo de su madre- el gurú- viven el ahora en estado de beatitud; en cambio, el bebé que no está en contacto con el cuerpo de su madre lo vive en un estado de un vivo deseo insatisfecho en medio de un inhóspito universo vacio. Sus expectativas se mezclan con la realidad, y las expectativas innatas y ancestrales son recubiertas- en vez de ser cambiadas o reemplazadas- por las expectativas basadas en su propia experiencia. Cuanto más diverjan estos dos grupos de expectativas, más alejado estará de su potencial innato de bienestar.
Texto extraido de:
M. Liedloff; (2003). El concepto del continuum. En busca del bienestar perdido. Tenerife: Editorial OB STARE)
Fuente: Padres en apuros 

¿Bebés difíciles? o ¿progenitores difíciles?

Desde el punto de vista del bebé existen, sin ninguna duda, progenitores “difíciles”.
  • Dichos progenitores pueden, quizás, incluirse en dos tipos:
    • descuidados o
    • intrusivos.
En el último peldaño del tipo descuidado hemos de situar las madres depresivas con su gran dificultad para responder a sus bebés; dichas madres muestran una gran apatía y retraimiento, no contactan visualmente con el bebé y tampoco lo cogen en brazos si no es para limpiarlo o darle de comer.
    • La respuesta del bebé en esta situación es comunicarse también de manera depresiva en el intercambio con otras personas.
    • Además, sus sentimientos son menos positivos (y el cerebro izquierdo está menos activo).
    • A la edad de 1-2 años muestran más dificultades que los otros niños en la ejecución de tareas cognitivas y, también, un apego de tipo inseguro.
    • Con el aumento de la edad, los problemas emocionales muestran una tendencia a  persistir.
Si nos centramos en el último peldaño del tipo intrusivo, podemos situar en él a otro tipo de madre que puede ser también depresiva, aunque  quizás de manera encubierta. Se trata de un tipo de madre más expresiva a la que, en cierto grado, le molestan las demandas del bebé y siente hostilidad hacia él, además, puede mostrarle dicha hostilidad cuando lo maneja de manera brusca o sin calidez. Sin embargo, lo más frecuente es que se trate de una persona muy activa y que se relaciona con el bebé de manera poco sensible, obstaculizando, a menudo, las iniciativas del bebé y sin saber captar sus mensajes. Las madres que maltratan a los bebés tienden a situarse en este último peldaño del espectro;
  • Sus niños también son propensos a tener dificultades en su desarrollo, con un tipo de apego inseguro y una manera de relacionarse evitativa o desorganizada.
( Fragmento extraido de: Gerhardt, S.; (2004). El amor maternal: La influencia del afecto en el desarrollo mental y emocional del bebé. Barcelona: Editorial Albesa, S. L.)
Fuente: Padres en apuros