A pesar de que conocí a Sara cuando yo aún era soltera y no tenía idea de lo desafiante que es para una madre mantener la calma en momentos como este, la conocía lo suficiente como para darme cuenta de que Sara era diferente a la mayoría de los padres.
En una ocasión particular en la que las dos estábamos absorbidas en una conversación, el hijo de Sara de cinco años levantó un delicado cartel de vidrio, envuelto para regalo, que había sido comprado para su tío que se había casado recientemente. Su madre miró en su dirección y dijo calmadamente: “Por favor deja eso, no quiero que se rompa”.
El niño continuó manipulando el frágil regalo. “Por favor deja eso, se puede romper”. Pero él no lo dejó.
Un minuto después, escuchamos la caída y la rotura del vidrio. Sin decir una palabra, Sara se agachó, levantó los vidrios rotos y los puso sobre la mesa a su lado. Miró a su hijo a los ojos y mantuvo la mirada por unos momentos hasta que se dio vuelta hacia mí y continuó fluidamente con la conversación desde donde había sido interrumpida.
Cuando el hijo de Sara se escabulló, lleno de culpa, para encontrar entretenimiento en otro lugar, le expresé mi asombro y le rogué que me diera su secreto para la serenidad. Ella me reveló que hacía unos años había ido a ver a la Rabanit Kanievsky, la esposa de Rav Jaim Kanievsky, uno de los líderes de Torá de la generación. “¿Qué puedo hacer para ser una buena madre?”, preguntó.
La sabia mujer respondió que dos veces a la semana debía leer “Igueret HaRambán”, una carta que Najmánides, el sabio del siglo 13, le escribió a su hijo. En su carta, Najmánides nos da las claves para ser las personas que queremos ser, destacando en especial la importancia de ser humildes ante todo y de hablar siempre con calma. Sara me aseguró que fue estrictamente por la revisión constante de esta epístola que se había convertido en la persona tranquila que era ahora.
Necesidades Extrañas
Y aquí estoy, nueve años después y madre de tres niños sanos e inquietos. Sin haberme considerado nunca una persona enojona por naturaleza, habría sido imposible prepararme para el desafío de controlar mi temperamento como madre. Por el contrario, siempre había estado orgullosa de mi personalidad relajada y de la falta de conflictos en mis relaciones. Tengo claros recuerdos de ver a extraños gritarles y hasta pegarles a sus hijos en público y estar segura de que sólo una persona sicótica sería capaz de tal comportamiento. Entonces esta nueva sensación de tensión, que surge a partir del enojo, filtrándose por mi cuerpo fue un fenómeno bastante raro. Esas necesidades extrañas que llenaban mis entrañas realmente me avergonzaban. ¿Podía ser yo de la misma especie que esa gente loca de mis recuerdos?
Recordé el ingrediente secreto de Sara para mantener la calma. Busqué mi copia de “La Carta del Rambán” de mi repisa, quité la capa de polvo que se había formado, y comencé a inculcar sus mensajes en mi ser.
“Acostúmbrate a hablarle amablemente a toda la gente en todo momento y esto te salvará de la ira, un rasgo personal defectuoso muy serio que hace que uno peque”.
La concisa carta estudia las etapas del crecimiento personal desde ponerle riendas a la ira hasta adquirir humildad para desarrollar una conexión más profunda con Dios. La receta comienza con algo bastante simple, “hablar amablemente”. De hecho, él propone algo aún más simple, “no elevar nuestra voz”. Conquista eso y te has conquistado a ti mismo – no es una proeza fácil.
La Carta del Rambán ha probado ser extremadamente útil para muchas personas. Sin embargo, no es un proceso explicable mediante la lógica, ya que leer la carta una vez no significa que realmente llegó al corazón y que el lector ha cambiado para siempre. Pero la carta termina con una promesa; “lee esta carta al menos una vez a la semana y tus deseos serán respondidos”. Esto se refiere a todos los deseos, pero especialmente a aquellos que están leyendo la carta con la esperanza de obtener auto-control y humildad.
El rabino Abraham Jaim Feuer escribió un hermoso libro, “Una Carta para las Generaciones”, en la que elucida cada renglón de esta carta ética. Explica que cuando una persona siente que las cosas están bajo su control, se pone ansiosa ante la situación más mínimamente estresante, porque imagina que todo el mundo demanda su atención y reacción. Por lo que responde gritando, elevando su voz en un intento de obtener control sobre las cosas que nunca estuvieron en sus manos.
Por el otro lado, una persona que ha aprendido a confiar en Dios es calmada y serena porque entiende que Dios tiene todo bajo control. Es libre para hablar de manera suave y gentil porque no necesita probarle nada a los demás, ni siquiera a sí mismo.
Una mañana normal de lunes presenta suficientes oportunidades para convertir a cualquier madre en un guardián de cárcel gritón – alguien se levantó tarde y su transporte llega en 15 minutos, otro no quiere comer esto de desayuno y tampoco puede encontrar lo que ponerse. La voz estresante dice: “Todos cuentan conmigo y demandan mis soluciones, por lo que les gritaré”. Pero el Rambán nos da una alternativa: mantén tu voz baja. Gritar sólo exacerbará la tensión.
No podemos controlar a nuestros hijos, pero podemos amarlos y creer en ellos, y luego amarlos un poco más. El trabajo de una madre el lunes a la mañana es ser una fuente de amor, calidez y apoyo – alentar al que se levanta tarde para que pueda estar listo a tiempo, simpatizar con el “cliente insatisfecho” del desayuno, y abrazar al adolescente frustrado que “no tiene nada para ponerse”.
El Punto de Ebullición
Siempre estarán esos duros momentos en los que sentimos el deseo de estallar en ira y peleamos para contenernos. Es como caminar sobre una cuerda floja sin estar seguros por cuánto tiempo más podremos mantenernos balanceados. En esos momentos, “¡Cuando quieras gritar, canta, y cuando quieras pegar, haz cosquillas!”.
Cuando esos impulsos comienzan a surgir en tus entrañas y reprimirlos no durará mucho, déjalos salir – pero de otra forma. Cuando tengas ganas de gritar con todos tus pulmones, tus entrañas estarán satisfechas si es que cantas con todos tus pulmones. Canta gritando con todas tus fuerzas tu melodía favorita, o inventa una tú (Mis canciones favoritas son algo así: “Nadie puede hacerme gritar ahora, nadie puede hacerme perder el control…”).
Los chicos piensan que es divertido escuchar a sus padres interpretar una ópera mientras la casa se cae a pedazos y la verdad es que no les importa cuáles son las palabras. Entonces, ¿por qué tratar de reprimir fuerzas tan poderosas?
Ahora, con respecto a la vergonzosa, a veces espeluznante, y siempre ilógica necesidad de darle una cachetada a un hijo, evítala enfrentando a ese niño – y luego haciéndole cosquillas amorosas. Te prometo, esta técnica no sólo sirve para quitarse de encima los impulsos horribles, sino que también transforma instantáneamente a la casa en un caos armonioso y alegre. ¡Inténtalo!
Rivka Zahava