Lo primero que conocí del pintor austriaco fue una postal de su famosa pintura Mujer reclinada: ahí la modelo está acostada, con las piernas abiertas y los brazos hacia atrás y, por entre la sábana que la cubre, se asoman los senos y parte del sexo. En ese entonces, la imagen me resultó tan perturbadora como fascinante: lo frontal y desparpajado, pero, en especial, una cierta distancia emocional en el gesto.
Varios años después la he visto físicamente en el espléndido museo Leopold y he comprendido por qué el escritor Héctor Orestes Aguilar, que vivió varios años aquí, asegura que en la capital austriaca día con día encuentras un hallazgo olvidado. . . '' Algo similar me sucedió con la obra de Schiele, desde Amantes, Mujer arrodillada, el portarretrato Hombre desnudo hasta otras de sus obras en el Belvedere Museum, como: Familia, Amantes II y de manera muy particular La muerte y la doncella, en que la mujer se abraza al eremita (que es Schiele) al tiempo que amenaza con desprendérsele.
Esta última se ha interpretado como símbolo de la ruptura entre Egon y Wally Neuzil, su primera amante y musa, como una manera de poner fin a esa relación y abrirse paso entre la sociedad burguesa. Además del amor, las batallas que, aun en su corta vida, libró el pintor fueron: las del reconocimiento, el sustento y la marginación. Aunque parte de su obra guarda similitudes con la de Gustav Klimt, los efectos son diferentes, de ahí que a menudo se hable de Klimt como un pintor festivo y de Schiele como uno en que el amor, el dolor y la muerte coexisten. En efecto, Egon no podía ver el mundo con los ojos de Klimt.
¿Cómo fue la mirada de Klimt?
Gustav Klimt fue uno de los principales exponentes del modernismo austriaco y el primer presidente de la llamada Secesión vienesa, fundada en 1897, que se propuso reinterpretar los estilos del pasado y reaccionó contra la racionalidad del comportamiento humano. Este rescate de la mente irracional y de volver la vista hacia dentro tuvo coincidencias con el psicoanálisis de Sigmund Freud: la necesidad de aceptar y entender desde los sentimientos eróticos hasta los impulsos agresivos, dirigidos a otro o a sí mismo.
Y, no obstante, los pintores (Klimt, Schiele y Oskar Kokoschka) parecieron entender, mejor que el mismo Freud, a las mujeres: desde los instintos maternales hasta la sexualidad. Este examen del otro y de sí mismo les permitió explorar y mostrar aquellos móviles inconscientes, al grado de que el expresionismo hizo las veces de escritura creativa y se convirtió en rival del psicoanálisis.
Klimt rompió con tabúes sobre la sexualidad femenina: se cree que no reprimió la sexualidad de sus modelos. En lo delicado de sus pinturas, se concentra en el placer sexual y, más allá de la desnudez femenina, sus cuadros expresan la esencia de la mujer: el placer que reciben, el placer que proveen gracias a otro, a otros, a otra, a otras. . . Están perdidas en sus fantasías, como si se encontraran en el diván de Freud. ¿Qué tan libres son estas manifestaciones? ¿Acaso las poses fueron sugeridas por el pintor o fueron elegidas para complacerlo?
A diferencia de cómo me aproximé y me planté frente a la mujer reclinada de Shiele, en el Leopold, en el Belvedere camino con tiento y pausa previo encontrarme frente a frente con El beso, de Klimt. Lo rodeo. Avanzo y retrocedo. Me detengo en los cuadros de las paredes laterales como una lenta inmersión en sus primeras obras paisajísticas, inspiradas en Van Gogh, la introducción en el periodo dorado, las referencias faraónicas y el tocado estilo Velázquez en los cuadros de Fritza Riedler, o la primera importante que el artista dedicó a una de sus mecenas, la baronesa Sonja Knips. . .
Llego al fin a la obra cumbre de este autor y confirmo lo que me dice mi acompañante: ninguna de las réplicas le hace justicia. Reposa solitaria contra una pared oscura: ilumina y pacifica, como una estrella, como una imagen religiosa, también debido a la inspiración que fueron para Klimt los mosaicos bizantinos. El hombre, ataviado con una manta dorada, cobija a la mujer arrodillada sobre una pradera florida. Lo dorado se extiende por la planicie y en la manta pueden encontrarse iconos sexuales: hay quienes hablan de triángulos en el lado masculino y ovoides en el lado femenino; del coito entre las formas circulares y las verticales; de las formas de células, con núcleo y citoplasma, relacionadas con los estudios de biología del pintor. . .
En todo caso, se respira intimidad física, quizá deseo y placidez mutuos, si bien aun se baraja en quién estaría inspirada la mujer del cuadro, Fritza o Emilia Flöge, alguna de las mujeres idealizadas o de los amoríos intermitentes de Klimt.
Bajo la mirada de Schiele, la gama de las reacciones sexuales femeninas parece más amplia. A él se la ha llamado el Kafka de la pintura y esta ansiedad sobre sí mismo la hace extensiva a lo que lo rodea: una constante perturbación de la fuerza. Sus mujeres se muestran a veces atormentadas, a veces curiosas, a veces desfachatadas, a ratos culpables, a ratos sorprendidas. . .
. . . Atinadamente miradas con los ojos de Schiele, con los ojos de Klimt.
Rose Mary Espinosa
Fuente: Blogs Universal