- El bebé, en su simplicidad psicológica, es como una planta que acaba de nacer y, al comienzo, sus sentimientos se hallan a un nivel muy básico.
- Un bebé experimenta sentimientos globales de desconsuelo o satisfacción, de molestia o bienestar, pero procesa estos sentimientos sin complejidades ni matices, ya que aún no posee la capacidad mental para procesar informaciones complejas.
- Pero mientras se apoya en los adultos para manejar las situaciones que se le presentan en un intento de disminuir las molestias y aumentar el bienestar, va entrando, poco a poco, en el mundo que le rodea. Vive en un ambiente donde hay personas.
- El bebé tiene una visión de lo que ocurre a su alrededor, y le llegan sensaciones olfativas y sonidos que cambian constantemente durante el día, la noche, etc., y a medida que ello ocurre comienzan a formarse ciertos patrones de funcionamiento. Poco a poco el bebé comienza a reconocer las características más estables de lo que le rodea las almacena en forma de imágenes.
- Puede tratarse, por ejemplo, de la imagen tranquilizadora de la madre que entra sonriente en su habitación cuando el bebé está llorando en la cuna, o puede tratarse de una imagen perturbadora, de cara hostil que se acerca.
- El significado de estas situaciones se va estableciendo cuando el bebé comienza a darse cuenta de si la madre, cuando entra por la puerta, muestra placer o malestar.
- Las emociones primitivas tienen mucho que ver respecto a si se rechaza a las personas o, por el contrario, se las atrae para estar más cerca, y estas imágenes se convertirán en expectativas respecto al mundo emocional en el que el bebé vive, expectativas que le ayudarán a predecir qué ocurrirá en la próxima situación, cómo responder de la manera más adecuada.
( Fragmento extraido de: Gerhardt, S.; (2004). El amor maternal: La influencia del afecto en el desarrollo mental y emocional del bebé. Barcelona: Editorial Albesa, S. L.)
Fuente: Padres en apuros