lunes, 23 de diciembre de 2013

Perdónate por tus juicios…


El perdonarte por tus juicios, generalmente libera la carga negativa que tienes en contra de ti o de la situación que tratas. Para comenzar el proceso, puedes simplemente decir: “Me perdono por juzgar…” y agregas una referencia a la persona o asunto en cuestión. Cuando lo hagas, verás con frecuencia que casi como por milagro, algo se suelta o se va de adentro de ti y te sientes como si se hubiese levantado un peso.

Las declaraciones de perdón pueden ser muy generales: “Me perdono por juzgar a mi madre.” Sin embargo, si no experimentas la liberación del juicio, tal vez te ayude ser más específico: “Me perdono por juzgar a mi madre por no comprarme el par de zapatos que yo quería.”

- John-Roger con Paul Ka
ye

¿Cómo mantener una relación de pareja?


"Los hombres y mujeres que se aman sienten la necesidad de
encontrarse, de acercarse, de vivir juntos, y es natural. Pero si
falta una verdadera dimensión interior a su relación, se puede ya
vaticinar el final de su amor.

Analizaos: cuando os sentís habitados por la presencia sutil de
un ser querido, constatáis que no tenéis necesariamente necesidad
de su presencia física para sentiros con él. Si sentís
fuertemente la necesidad de una presencia física, es porque
estáis saliendo de vuestro mundo interior, y ahí corréis el
riesgo de encontraros con grandes sufrimientos. Porque, ¿quién
dice que las circunstancias no os privarán un día u otro de este
ser a quien amáis?… Cuando estáis habitados por una presencia
interior, las circunstancias externas tienen menos importancia
para vosotros. Éste es un criterio: si, pensando en aquellos que
amáis, sentís tanta alegría como cuando les veis, sois libres, y
esta alegría no os abandonará."

Omraam Mikhaël Aïvanhov

Aprender a perdonar: Actuar con libertad

El acto de perdonar es un asunto libre. Es la única reacción que no re-actúa simplemente, según el conocido principio "ojo por ojo, diente por diente". El odio provoca la violencia, y la violencia justifica el odio. Cuando perdono, pongo fin a este círculo vicioso; impido que la reacción en cadena siga su curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto al proceso iniciado. Pero, en primer lugar, me libero a mí mismo. Estoy dispuesto a desatarme de los enfados y rencores. No estoy "re-accionando", de modo automático, sino que pongo un nuevo comienzo, también en mí.

Superar las ofensas, es una tarea sumamente importante, porque el odio y la venganza envenenan la vida. El filósofo Max Scheler afirma que una persona resentida se intoxica a sí misma. El otro le ha herido; de ahí no se mueve. Ahí se recluye, se instala y se encapsula. Queda atrapada en el pasado. Da pábulo a su rencor con repeticiones y más repeticiones del mismo acontecimiento. De este modo arruina su vida.

Los resentimientos hacen que las heridas se infecten en nuestro interior y ejerzan su influjo pesado y devastador, creando una especie de malestar y de insatisfacción generales. En consecuencia, uno no se siente a gusto en su propia piel. Pero, si no se encuentra a gusto consigo mismo, entonces no se encuentra a gusto en ningún lugar. Los recuerdos amargos pueden encender siempre de nuevo la cólera y la tristeza, pueden llevar a depresiones. Un refrán chino dice: "El que busca venganza debe cavar dos fosas."

En su libro Mi primera amiga blanca, una periodista norteamericana de color describe cómo la opresión que su pueblo había sufrido en Estados Unidos le llevó en su juventud a odiar a los blancos, "porque han linchado y mentido, nos han cogido prisioneros, envenenado y eliminado". La autora confiesa que, después de algún tiempo, llegó a reconocer que su odio, por muy comprensible que fuera, estaba destruyendo su identidad y su dignidad. Le cegaba, por ejemplo, ante los gestos de amistad que una chica blanca le mostraba en el colegio. Poco a poco descubrió que, en vez de esperar que los blancos pidieran perdón por sus injusticias, ella tenía que pedir perdón por su propio odio y por su incapacidad de mirar a un blanco como a una persona, en vez de hacerlo como a un miembro de una raza de opresores. Encontró el enemigo en su propio interior, formado por los prejuicios y rencores que le impedían ser feliz.

Las heridas no curadas pueden reducir enormemente nuestra libertad. Pueden dar origen a reacciones desproporcionadas y violentas, que nos sorprendan a nosotros mismos. Una persona herida, hiere a los demás. Y, como muchas veces oculta su corazón detrás de una coraza, puede parecer dura, inaccesible e intratable. En realidad, no es así. Sólo necesita defenderse. Parece dura, pero es insegura; está atormentada por malas experiencias.

Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner orden en el propio interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón. Pero este paso es sumamente difícil y, en ocasiones, no conseguimos darlo. Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor. Aquí se ve claramente que el perdón, aunque está estrechamente unido a vivencias afectivas, no es un sentimiento. Es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro estado psíquico. Se puede perdonar llorando.

Cuando una persona ha realizado este acto eminentemente libre, el sufrimiento pierde ordinariamente su amargura, y puede ser que desaparezca con el tiempo. "Las heridas se cambian en perlas," dice Santa Hildegarda de Bingen.

Continuará...
Jutta Burggraf