Cuando pienso en cómo era cuando era niña, me remito necesariamente a lo que soy hoy.
Recuerdo allá por 1998, pleno octubre, vísperas del Día de la Madre, salí con mi mamá al centro. Caminamos un rato. Cansadas del paseo y de no haber comido nada nos sentamos un rato frente a un Kiosquito, mi vieja fue a comprar unos sandwiches y unas gaseosas y se gastó las pocas monedas que teníamos.
Cuando volvió con las cosas, me acuerdo lo contenta que estaba yo: Quería comer algo por fin! Ella se sentó a mi lado y me dio lo mío, yo empecé a engullir rápido, mi vieja, sin embargo se quedó quietita, inmóvil. La miré sin entender mucho porqué se le habían llenado los ojos de lágrimas, hasta que me di cuenta de que adelante nuestro, estaba una mujer, con sus dos hijitos (uno de ellos un bebito que tendría poquitos meses), mi mamá nunca pudo ser indiferente ante el dolor ajeno. La señora, tirada en el piso con los nenes, pedía unas moneditas, nosotras nos habíamos quedado sin nada, pero mamá todavía tenía lo que se había comprado, no dudó en levantarse e ir a dárselo a la señora, después le deseó feliz día de la madre, el rostro de la mamá se iluminó. Cuando mi mamá volvió conmigo yo estaba incrédula, se había quedado sin lo suyo, sin lo único que tenía en ese momento para dárselo a alguien más. Cuando se sentó conmigo me preguntó si yo le compartía mi parte, me acuerdo que prácticamente chillé. ¿Por qué yo tenía que pagar por qué ella hubiera decidido ayudar a alguien más? Me negué rotundamente y le reproché lo que había hecho, hasta el día de hoy me recuerda cuando le dije: Vos sola no vas a poder ayudar a todos los pobres! (a pesar del egoísmo que escondían esas palabras eran tan ciertas... son tan ciertas... uno solo no puede solucionar una realidad... pero un granito de arena empieza a marcar la diferencia).
Después del planteo, mi mamá me miró como nunca antes lo había hecho, de nuevo se le habían llenado los ojos de lágrimas, pero ahora no eran por la señora, eran por mi, por primera vez la había desilusionado, había fallado a todo lo que me habían intentado enseñar a lo largo de mis ocho años de vida.
Cuando abrí mi gaseosa, nunca me voy a olvidar, estaba indignada... en eso se acercó una abeja. Entré en pánico, no quería soltar la botellita de Pritty, y la abeja se empecinaba en pasear por el borde de la boquilla, empecé a correr en círculos, la abeja seguía persiguiendo su cometido (son criaturas perseverantes), yo lloraba y mi mamá trataba de calmarme, la gente alrededor miraba, algunos murmuraban, otros se reían. Al final la abeja desistió de la empresa (si ella era testaruda yo era doblemente testaruda) después un guarda de C&A (la casa de ropa) nos invitó a pasar para que yo pudiera terminar la gaseosa en paz y la abeja no volviera. Cuando estábamos adentro y más tranquilas, la expresión de mi mamá se volvió triste de nuevo, me miró y me dijo: ojalá te hubiera picado (se que no lo sentía y hablaba desde el dolor... a veces desde el dolor no nos damos cuenta e intentamos devolver el daño que se nos ha hecho sin medir las consecuencia). Creo que me quedé en shock, mi mamá acababa de desearme un mal ¿Qué había hecho yo para merecer eso? No conseguía entenderlo, pero algo si supe, nada en la vida: ni los golpes en la bici, ni una paliza, ni las raspaduras con el suelo, ni la quemadura con agua hirviendo cuando tenía 4 años, me dolieron tanto como esas cuatro palabras...
Me quedé pensándolo un rato, pero después la inquietud se desvaneció, quería volver a estar bien con mi mamá.
Lo curioso fue que (esto sucedió un sábado) el Lunes en la escuela, efectivamente me picó una abeja, en la mejilla (las vueltas de la vida) en ese momento solo podía penar en el dolor, pero cuando volví a casa la profecía de mi mamá me regresó a la mente. Se había cumplido, la abeja me había picado, me había dolido y había llorado. Y a partir de volver sobre lo sucedido el sábado me empecé a cuestionar. Más allá de creer o no en el destino, ¿Necesitaba literalmente esa inyección de realidad para abrir los ojos? ¿Realmente había sido tan mala para merecer ese dolor? La respuesta era sí... pero la pregunta estaba equivocada, lo quenecesitaba era que algo fuerte me sacudiera para dejar de estar ciega, entender que todos somos humanos... que todos tenemos dolores, aunque sean dolores distintos (pueden ser enfermedades, pobreza, soledad... la picadura de una abeja), que ser insensible ante el dolor ajeno me deshumaniza, que la vida de una manera u otra nos devuelve lo que damos o se encarga de abrirnos los ojos. La realidad es dolorosa. La picadura de la abeja me dolió, pero más me dolía que mi mamá me hubiera deseado eso. Entonces entendí que ella me había lastimado, pero yo la había lastimado antes, sin saberlo, sin pensarlo la había desilusionado... ¿Hay algún dolor peor que ese? Y supe que no quería más eso... no quería desilusionar a mi mamá, pero sobretodo no quería volver a merecerme una "picadura de abeja" quería ser mejor, quería merecer miel, no aguijones... Y la vida no me iba a regalar miel si yo destilaba veneno. Tenía que proponerme un cambio, sanarme a mi misma, sentir el dolor de los otros como mio, la necesidad de los otros como mía... porque al final del día eso me humanizaba, me hacía mejor persona... ¿Cómo es que yo a los ocho años quería ser mejor persona y hoy hay tanta gente mucho más grande y madura a la que no le interesa?
Entonces, cuando vuelvo sobre aquel recuerdo, es inevitable no encontrar ahí la explicación a la que soy hoy en día, a lo que pienso hoy en día, a lo que defiendo y se que voy a morir defendiendo, la igualdad entre los hombres, la solidaridad entre pares, el compañerismo, el altruismo... No puedo hoy pararme frente a la realidad de otros y ser indiferente ante la miseria o la necesidad, no puedo callarme o volver la espalda a los principios y los valores que cultivaron en mi, no puedo hacer oídos sordos a las voces históricamente silenciadas que claman justicia... una justicia que se les negó por tanto tiempo.... Siempre lo he tenido todo... mucho más de lo que pudiera llegar a necesitar algún día... ¿Cómo podría consentir, entonces, que a una persona que nació con mis mismos derechos, se le niegue la posibilidad de tener lo mínimo e indispensable aunque sea...? ¿Podría vivir conmigo misma si no me afectara el dolor y la carencia de los otros? Otra respuesta obvia: No... no podría... porqué he aprendido lo más esencial del ser humano. Porque he entendido la diferencia entre nacer con igualdad de derechos y nacer con igualdad de oportunidades... hay una brecha tan grande entre una cosa y la otra...
Es por eso que hoy en día se que tomo la dirección correcta, se que voy por el camino correcto... se que quiero alimentar eso... y el día de mañana no sentirme con mis hijos como mi mamá se sintió conmigo. Quisiera ver a mis hijos crecer mirando más allá de su propio ombligo, quisiera que si les toca ver la pobreza y la necesidad de otros la sienta como propia, que como niños se preocupe por la realidad y como hombres se ocupen de ella... El cambio está dentro de cada uno de nosotros.. alimentar el egoísmo y la indiferencia solo nos endurece,nos deshumaniza, no nos hace mejores... vivamos para ser mejores... para enorgullecer a nuestros hijos y los hijos de otros... vivamos para los demás más que para nosotros mismos, pongamos la otra mejilla... humanicemonos... porque más allá de todas las diferencias, somos esencialmente iguales... y nunca sabemos si mañana podemos llegar a necesitar a ese igual al que hoy le volvemos la espalda... Todo vuelve en la vida, gracias a la abeja, doy fe de ello... Gracias a la enseñanza de la abeja, banco este modelo.
Nota: Este es un relato de lo que le sucedió a una amiga (A quien quiero como una hija) y que me enorgullece ser parte de sus amigos. Nanchu Te quiero...
Vanesa Reader