Con la miel elaboraban alegrías de amaranto y palanquetas de semillas de calabaza y cacahuate. El aguamiel recalentado se usaba para bañar frutas y las mujeres machacaban el fruto del nopal −la tuna−, hasta obtener una capa dulce y transparente que se revolvía con amaranto y se servía como postre, como un verdadero manjar de dioses.
La mayor parte de nuestros dulces típicos están elaborados con frutas autóctonas, pero a la llegada de los españoles, y con la intención de apoyar a la evangelización del nuevo mundo infinidad de conventos y órdenes religiosas combinaron las costumbres culinarias europeas con las indígenas, acentuándose en diferentes puntos del país como Puebla, Michoacán, Querétaro entre otros estados de la República, dando como resultado esas exquisiteces que conocemos como dulces típicos mexicanos.
Era muy común que las familias adineradas apoyaran económicamente a las religiosas para la manutención de los conventos y ellas a su vez fueron creando dulces para agasajar y agradecer a sus bienhechores. De sus establos y granjas provenía la leche para la creación de rompopes, jamoncillos de leche, cajetas, ates y una infinidad de variantes que con el tiempo y con el paso de los siglos fueron adoptados por la población en general siendo íconos de las gastronomías locales de cada región del país.
Continuará....
Fuente: Como en el tianguis