El amor no es para revestir la vida, sino para llenarla por dentro. No es fuerza de pasión, sino luz de convivencia. No es para encasquillarnos en él, sino para vivir el placer de entregarlo. No es juego para pasarla bien: es sangre que nutre la vida.
El amor no es manipular ni aprovechar, ¡sino servir! No lo bloquea todo con el reproche: abre rendijas para la compresión. No tiene archivos para el resentimiento: deja libre espacio para el perdón y el olvido. No acapara, no busca pedestal, no relumbra para los demás. Enternece el camino, deja pasar, anuda las raíces ¡y arde por dentro!
El amor es una fuerza que pasa sobre nuestra voluntad, un viento que vuela sobre nuestros defectos, una magia que transforma nuestras realidades.
El amor encuentra lo que nadie ha visto, conoce lo que nadie cree y entrega lo que nadie pide. Es un impulso en desarrollo; palpa, moldea, tienta, siembra ¡y de pronto nos damos cuenta de que “hemos crecido dentro del otro”!
El amor es universal, porque es tronco de todas las raíces, palabra de todos los idiomas, aspiración de todos los hombres ¡y luz de todas las vidas! El amor es un camino, pero de subidas y bajadas, de rutinas y sorpresas, de tropiezos y compensaciones, de besos y de estrellas, de dolor y de lágrimas.
El amor vale la pena. Cuando lo dejamos pasar nos respira la vida, nos ensancha el corazón, nos plantamos en él ¡y lo vencemos todo!
Amar no es dar parte de lo que hemos recibido, sino dar todo lo que tenemos.
No es tener las antenas dispuestas a la sensibilidad, sino el corazón dispuesto para el dolor.
No es el estremecimiento pasional, sino el recubrimiento de esas sensaciones con sentimientos profundos.
Amor no es juntar los labios y cerrar los ojos. Es juntar alma con alma y dar cabida a todos los renunciamientos.
No es lo que nos viene bien en determinado momento de la vida. Es lo que escogemos para siempre, como centro vital de la existencia.
No es lo que se siente cuando se baila, cuando se toma, cuando se mira el cielo. Es lo que se siente en una prueba dura, en una lágrima amarga, en un dolor profundo.
Es vibración con ternura. Son palabras con comprensión. Es promesa con fe y confianza.
No es solamente ser humanos, sino comprender que se ha infiltrado en nosotros algo sobrenatural y divino.
Zenaida Bacardí de Argamasilla
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