viernes, 20 de noviembre de 2015

El picapedrero

-¿Por qué habré nacido picapedrero? refunfuñaba Yamat, mientras golpeaba con su viejo martillo una dura piedra bajo el sol sofocante.
- No es justo que yo lo sea, por haberlo sido mi padre, mi abuelo y todos mis antepasados. Por un puñado de arroz he de estar aquí sudando, para engordar a ese viejo pedazo de tocino que es mi amo. Si al menos me pagasen bien... Si fuera rico. ¡Ay, si fuera rico!... Quisiera descansar bajo una tienda de seda azul.
- Serás rico.
Era la voz de los dioses que habían escuchado el lamento de Yamat. Yamat no creía en lo que veían sus ojos. La vieja tela de su tienda se había convertido en un espléndido y suave tejido de seda azul como el cielo. Pasó por allí un rico señor del lugar, soberbio sobre su caballo blanco. No se dignó mirar la tienda de seda. No se inclinó para saludar a Yamat. Yamat se desesperaba de rabia y de envidia.
- Ojalá fuera yo ese rico señor, dueño de este poblado.
- Lo serás. Era la voz de los dioses que habían atendido el lamento de Yamat. Ahora iba orgulloso por los caminos polvorientos del poblado. El galopar del caballo atraía a la gente. Todos se asomaban a las puertas y se inclinaban para saludarle al pasar. Pero las nubes de polvo que levantaba su caballo y el sol caluroso, abrasador, agobiaban su viaje.
- Ojalá fuera sol. Yo, el sol.
- Serás sol. Yamat se sentía un dios poderoso y fuerte. Con sus rayos y su calor florecías los almendros, reverdecían los campos, se doraban los trigales, maduraban los frutos. El era el sol. Eran los demás, ahora, quienes padecían las molestias del sudor el cansancio, el aire irrespirable de los días de bochorno. Le gustaba que los hombres admirasen la belleza del amanecer y los colores mágicos de la puesta del sol. El era el sol.
Pero un día apareció en el cielo un gigantesco nubarrón.
Era espeso e impenetrable.
El sol dobló sus esfuerzos y desprendió todo su calor. Pero los rayos del sol no podían superar ese obstáculo. El sol se puso rabioso.
- Ojalá fuera nube.
- Serás nube. Contestaron los dioses. Yamat era feliz. Se hinchó desmesuradamente luego rápidamente se estiró y se retorció entre fragor de lluvia granizo rayos y truenos. Se volvió torrente y se deslizó hacia el valle como una avalancha salvaje.
- Ahora sí que soy fuerte.
Pero en su loca carrera hacia el valle una gran piedra obstaculizó su camino. El torrente se hinchó y empujó todo lo que pudo... Se sintió incapaz... Al poco tiempo se estancó frente a una roca majestuosa y firme.
- Ojalá fuera piedra.
- Lo serás. Contestaron los dioses.
Un día llegó un picapedrero...se sintió hacer pedazos.
Yamat se puso a llorar a lágrima viva.
- Quiero ser picapedrero - gritó desesperado.
Y así fue. Yamat volvió a ser picapedrero. Y empezó de nuevo a golpear con su viejo martillo las duras piedras de la cantera.
Nadie escuchó más su lamento.

Cuento popular chino


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