Meme de Gene Wilder |
Por más que me digan que no siempre es un defecto, que abre puertas y acorta brechas, me parece baja y deleznable: ''la bajeza más vergonzosa'', dijo Balzac. Fingir una admiración que no se profesa, escucharse mentir tan en voz alta, entre caravanas y lisonjas, ¿habrá mayor atentado contra uno mismo?
Quizá por eso no me he dedicado a la política ni a la diplomacia (el arte de los pretextos, la llamó Maurice Joly). . . Quizá por eso no he sido ni la nuera ni la pariente política ni la amiga-amante ejemplar. Cuando digo que admiro, es porque realmente admiro; cuando digo que quiero, es porque verdaderamente quiero; cuando digo que amo, es porque amo. . .
Ni el más coincidente y fastuoso enamoramiento me lleva a enunciar algo que no me sea verdadero. Si alguien me dice: ''Nunca había sentido esto con nadie'', ''Eres la mujer más (favor de llenar el espacio) con la que he estado'' o demás boberas, y resulta que yo no puedo decir lo mismo, simplemente me quedo callada. Tal vez sonría, pero nada más: silencio absoluto, los grillos. . . Ahora, si la persona en cuestión lo dice para quedar bien o para obtener algo y no es honesto, es su problema. ¿Mentir por complacer? No es para mí, gracias.
Sin embargo, hay personas que prefieren los halagos, la adulación y las mentiras por encima de la verdad. Por ahí dicen que, si quieres pasar un buen rato con un hombre, le hagas una buena chaqueta, pero si quieres pasar con él toda una vida, le masturbes el ego. Y sí. Tal parece, las personas están ávidas de lisonjas.
Lisonjas, aun cuando estemos conscientes de que son engaños. No en vano a los aduladores también se les llama ladrones: que aprovechan la oscuridad, nuestros descuidos y nuestra inseguridad en beneficio propio. Ya en el Siglo de Oro Francisco de Quevedo dijo: ''Bien puede haber puñalada sin lisonja, mas pocas veces hay lisonja sin puñalada''.
Por momentos, la adulación es una aparente zona de confort. . . ¿De qué nos evade? De la autocrítica, de vernos en nuestra propia estatura y nuestros alcances. Nos evade de la realidad y, por ende, de confrontar los problemas verdaderos y crecer. Igualmente limita nuestra libertad, la restringe: la lambisconería hace las veces de espejismos e ilusiones. Y aquí el círculo vicioso: la negación nos deja a expensas de los aduladores, de aquellos que nos hacen creer en un mundo que no existe.
Una vez un amigo me recomendó para un puesto de trabajo y se le ocurrió organizar una comida con el ejecutivo en cuestión. Durante la cita, me dedicó tal cantidad de halagos de lo más cursis y huecos que tuve que pedirle que, por favor, callara. En vez de ayudarme, me pareció que me perjudicaba y menoscababa mi credibilidad. Si alguien va a reconocer a otra persona, es preferible que lo haga de forma mesurada e imparcial.
De ahora en adelante, riámonos del adulador. Echémosle una trompetilla. Prefiramos la realidad a la ilusión, la libertad, con todo y sus golpes, a una edad de la inocencia, infantil y estática como la que nos ofrece el lambiscón. No nos confundamos. La adulación es anestesia, falsedad y basura. En palabras de Aristóteles: ''Todos los aduladores son mercenarios, y todos los hombres de bajo espíritu son aduladores''.
¿Así o más claro?
Rose Mary Espinosa
Fuente: Blogs El Universal
No hay comentarios:
Publicar un comentario