Aún en nuestros días, los mitos y prejuicios prevalecen dentro de la sociedad. Se siguen adjudicando características y roles que tanto el hombre como la mujer deben desempeñar dentro de las relaciones de pareja: la mujer es el “sexo débil” --dada a la ternura y la emocionalidad, es vulnerable y necesitada de amparo y protección. El hombre es el “sexo fuerte”, el “macho” -- enérgico, valiente, competitivo, callado, invulnerable a la ternura y la emocionalidad, proveedor y protector del más débil.
Sin embargo, el hombre también puede ser agredido física, psicológica, emocional, económica y hasta sexualmente.
Esta problemática que sí existe --aunque no en el mismo porcentaje alarmante de la víctima mujer--, no es nueva, pero en los últimos años se está haciendo más evidente. Sin embargo aún no se ha logrado precisar en su real magnitud y su intervención como fenómeno social ha sido limitada consciente o inconscientemente, por ribetes culturales, religiosos, políticos, económicos. La realidad es que en la práctica, no se le considera como violencia, se minimiza o se ridiculiza.
Sin embargo, el hombre también puede ser agredido física, psicológica, emocional, económica y hasta sexualmente.
Esta problemática que sí existe --aunque no en el mismo porcentaje alarmante de la víctima mujer--, no es nueva, pero en los últimos años se está haciendo más evidente. Sin embargo aún no se ha logrado precisar en su real magnitud y su intervención como fenómeno social ha sido limitada consciente o inconscientemente, por ribetes culturales, religiosos, políticos, económicos. La realidad es que en la práctica, no se le considera como violencia, se minimiza o se ridiculiza.
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