domingo, 12 de mayo de 2013

Padres sobreprotectores

Para que los niños tengan un buen desarrollo emocional, necesitan sentirse queridos y cuidados por sus padres; sin embargo, un exceso de protección puede traer más problemas que ventajas.

Los estudios de la historia de la infancia destacan que hasta bien entrado el siglo XVII una de las principales causas de mortandad infantil era el infanticidio. Sin embargo, desde hace unas pocas décadas el niño ha pasado de tener un escaso valor a ser Su Majestad el Bebé, convirtiéndose -de este modo- en el centro de atención del núcleo familiar y generando, a nivel social, todo un mundo de consumo del que resulta difícil de escapar. Por tanto, hablar de padres sobreprotectores sólo tiene sentido en nuestras modernas sociedades industrializadas.

Es lógico que todos los padres quieran lo mejor para sus hijos: los mejores alimentos, los cuidados médicos más avanzados, la ropa más bonita y los juguetes más estimulantes, pero bajo esta premisa algunos de ellos envuelven a sus niños entre algodones sin darse cuenta de hasta qué punto pueden perjudicar con ello el desarrollo de su personalidad.

Este tipo de padres, viven tan pendientes de sus vástagos que ponen un celo desmesurado en sus cuidados y atenciones, ven peligros donde no los hay y les ahorran todo tipo de problemas, pero a su vez les privan de un correcto aprendizaje ya que no les dejan enfrentarse a las dificultades propias de su edad de donde podrían extraer recursos y estrategias que les servirían para su futuro.

Muchos son los indicadores que pueden servirnos de ayuda a la hora de pensar si no les protegemos en exceso, algunos de los más evidentes son:
  • Observar si cuando cometen algún error o tienen algún tropiezo tendemos a disculparles y proyectamos su responsabilidad en compañeros y maestros, o bien si hablamos con ellos de sus conductas y sus resultados.
  • Analizar si tendemos a evitarles situaciones que pensamos pueden resultarles conflictivas o difíciles de resolver o, si por el contrario, procuramos prepararles para ellas.
  • Ver si nos anticipamos a sus demandas procurándoles a menudo lo que aún no han pedido, como juguetes, golosinas, distracciones, etc.
  • Pensar si estamos fomentando en ellos conductas más infantiles de las que corresponden a su edad porque quizá nos resulta difícil aceptar que están creciendo.
Una relación padres-hijos basada en la sobreprotección tiene más efectos negativos que positivos ya que a los niños les costará mucho llegar a alcanzar su madurez.
Además, impedir que un niño aprenda por sí mismo y responda espontáneamente a las situaciones que surjan a lo largo de su proceso evolutivo puede provocar:
  • La disminución en su seguridad personal.
  • Serias dificultades a la hora de tolerar las frustraciones y los desengaños.
  • Un mayor apego hacia sus padres que más adelante puede generalizarse en cualquier tipo de conducta dependiente.
  • Niños insaciables que no saben valorar nada de lo que tienen y que más que desear las cosas las piden de una forma compulsiva y sin sentido.
  • Un retraimiento o inhibición en su conducta que dificultará sus relaciones sociales: no les gusta ir de campamentos, les cuesta jugar o conversar con otros niños de su edad, no pueden afrontar situaciones nuevas.
Por tanto, si no queremos convertir a nuestros hijos en criaturas inseguras, inhibidas y dependientes, hemos de prestar atención a su desarrollo evolutivo para saber qué podemos exigirles que hagan por sí solos.

En cualquier caso, hay que ser conscientes de que van creciendo y deben ir separándose - como nosotros de ellos - para conseguir una identidad propia.

En muchas ocasiones, conviene aplicar el refrán y dejarles tropezar dos veces en la misma piedra. De los errores siempre es posible aprender.

Lourdes Mantilla Fernández
Psicóloga clínica 

viernes, 10 de mayo de 2013

El optimista: ¿nace o se hace?

Ser unos padres optimistas es mucho más que ser unos padres alegres y divertidos. El optimismo nos permite ver lo positivo de cuanto nos rodea. Es un hábito de pensamiento que aporta a nuestra familia seguridad y confianza en que los errores, los problemas y las dificultades son oportunidades de mejora, de cambio y crecimiento. Nuestros hijos están en una etapa de constante aprendizaje y de continuas equivocaciones. La actitud que mostremos en estas situaciones será vital si queremos que crezcan con la convicción de que los problemas son oportunidades para crecer y mejorar.

El optimismo tiene que ver con la alegría y el buen humor pero no son la misma cosa. El optimismo es un hábito de pensamiento positivo. El diccionario define el optimismo como la propensión a ver y a esperar de las cosas la parte más favorable.

El psicólogo Martin Seligman ha podido observar en más de 1.000 estudios que incluyen a medio millón de niños y adultos, que las personas optimistas se deprimen con menor frecuencia, gozan de mejor salud y tienen más éxito en la escuela y en el trabajo.
Este mismo autor, basando sus conclusiones en cuatro estudios donde se reunió información de más de 16.000 personas de todas las edades, afirmó que un niño de hoy tiene diez veces más probabilidades de estar deprimido y de estarlo en etapas más tempranas del ciclo de la vida.

El optimismo es, además de un hábito de pensamiento positivo, una cualidad de la inteligencia emocional que se puede aprender (o no), si el entorno lo favorece. En la obra de L. E. Shapiro La inteligencia emocional de los niños, encontramos una serie de pautas que los padres podemos seguir para:

ENSEÑAR A UN NIÑO A SER OPTIMISTA

  • Debemos reconocer cuál es nuestra tendencia habitual de pensamiento y ejercitarnos en lo positivo si observamos la tendencia contraria. Los padres somos modelos de conducta y nuestros hijos copian y absorben la forma en que nosotros enfrentamos los problemas. El optimista considera que los acontecimientos positivos y agradables ocurren habitualmente y que los contratiempos son sucesos puntuales y superables en mayor o menor medida. La persona con un pensamiento habitualmente positivo, pone los medios para lograr que las cosas buenas sucedan.
  • Tenemos que cuidar mucho la forma en que corregimos a los niños. Tener un hijo optimista es casi tan bueno como tener un padre optimista. Un padre optimista ve en los problemas con los hijos oportunidades para fortalecer la relación y crecer juntos en vez de verlos como situaciones irritantes y exasperantes. Veamos la actitud de un padre optimista y la de un padre pesimista frente a un mismo hecho: 
El hijo ha olvidado su bolsa de deporte en casa a pesar de que le habían avisado repetidamente de que la cogiera y él sabía que en el colegio tendría problemas si se presentaba sin el equipo deportivo.
    1. Estilo de padre optimista (al regresar el niño de la escuela):
      P: ¿Qué tal te ha ido hoy?
      N: No muy bien.
      P: Te has dejado la bolsa de deporte aquí esta mañana.
      (1. Descripción concreta y temporal del incidente).
      N: Sí, y ¡vaya la que me ha caído en clase! Traigo una nota del profesor para ti.
      P: Déjame ver (lee la nota). Es la cuarta vez en este mes que ocurre lo mismo y el profesor cree que puedes solucionarlo. (2. El padre concreta el problema sin cargar las tintas sobre el error de su hijo).
      Ahora ve a tu habitación y prepara un cartel para poner en la puerta de salida de manera que mañana te acuerdes de coger tu bolsa. Cuando lo hayas terminado preparas tu bolsa y cuelgas el cartel. (3. El niño tiene la oportunidad de reconocer su problema)(4. El padre le ha ofrecido una salida adecuada que le ayudará a resolver por sí mismo la situación).
    2. Veamos ahora una reacción posible de un padre estilo pesimista
      P: ¡Qué! ¿Ha ido bien hoy en la escuela? (con tono escéptico).
      N: ¡No!
      P: ¿Ah, no? y ¿por qué?
      N: ¡Ya lo sabes, me he dejado la bolsa de deporte aquí! (El tono usado ya ha causado en el niño una barrera comunicativa hacia el padre).
      P: Es que siempre te pasa igual. Mira que te lo he repetido esta mañana. Cuando he visto la bolsa aquí me he puesto furioso. No hay manera de que cambies. Y seguro que el profesor te ha dado otra notita de esas que tanto me gustan, ¿verdad? (El padre no concreta el problema, lo define como general y repetido en el carácter de su hijo con la palabra "siempre". No deja posibilidad de cambio).
      N: Sí.
      P: ¿Lo ves?, tu irresponsabilidad nos hace quedar mal a todos. Sal de mi vista y métete en tu habitación.
      (Tiene una reacción exagerada y vierte su sentimiento de vergüenza ante el profesor sobre el niño. No concreta el castigo ni ofrece salida. Es una situación que causará demasiada culpa en el niño).
  • Cuando nuestros hijos se expresan en términos pesimistas podemos ayudarles a apreciar los problemas desde una vertiente más enriquecedora y creativa.

    Podemos apreciar cómo nuestra respuesta frente a los conflictos con los niños determina si somos capaces de sacar provecho en bien del niño, mostrándole cómo podemos enfrentar los problemas de forma optimista, o si por el contrario, nuestro hijo saldrá de la situación dañado por nuestras palabras y por una actitud pesimista que no deja salida. Apreciemos que los pasos que nos ayudarán a una mejor corrección serán:
    1. Describir concreta y temporalmente el incidente.
      Utilizar palabras como "siempre", "nunca", "otra vez igual", "no cambiarás nunca", etc. cierra al niño completamente el camino del cambio. Comunica que el padre piensa que el niño no puede corregir sus propios errores.

    2. Concretar el problema sin cargar las tintas sobre los errores.
      La frustración que a menudo surge en nosotros como padres al ver los errores repetidos de nuestros hijos desemboca en mal humor, enfado o ira. Comunicar todos estos sentimientos ya sea abiertamente o a través de nuestras actitudes pone sobre las espaldas del niño una culpabilidad que en muchos casos será desmedida.

    3. Ofrecer al niño la oportunidad de identificar el problema.
      Podemos describir al niño la situación, o podemos ayudarle a que revise lo sucedido sin cargas negativas, sin críticas, de modo que pueda analizar los hechos y sus consecuencias. De ese manera él sentirá que estamos a su lado para ayudarle, no para hundirle más.
    4. Ofrecer una salida adecuada que le ayude a resolver por sí mismo la situación.
      La infancia es, eminentemente, una etapa de aprendizaje. Los padres efectivos responden a los problemas encontrando salidas. Ofrecen a sus hijos posibilidades de solución que permitan el aprendizaje, el crecimiento personal y la mejora.

  • El optimismo es mucho más que un estado de ánimo, es una actitud frente a la vida, es un hábito de pensamiento. El optimismo nos permite ver lo mejor de nosotros mismos y de los demás, poniendo los errores y las imperfecciones en el lugar que le corresponden, sin dramatismos ni juicios exagerados. Lograremos así una educación equilibrada, divertida y sana, que aunque no esté exenta de conflictos sí nos permitirá poner distancia entre lo que nuestros hijos son (personas en crecimiento y constante aprendizaje) y lo que hacen (errar, equivocarse, resistirse, abandonar...).
El optimismo transmite confianza y seguridad. Comunica que estamos seguros de que el cambio y la mejora son posibles si nos esforzamos y nos dedicamos a ello. El pesimismo cierra las puertas al cambio, destruye la autoestima y no permite el avance dado que comunica derrota y negatividad.

Aprender juntos a sacar provecho de los conflictos, las dificultades y los problemas edificará en nuestra familia unos hábitos sanos de crecimiento y superación.
Carmen Herrera García
Profesora de Educación Infantil y Primaria

jueves, 9 de mayo de 2013

Cuarto Paso de los Alcohólicos Anónimos

“Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos”.

El cuarto paso discute el esfuerzo que hacen los alcohólicos para descubrir cuales son y han sido sus debilidades.

Cuando el alcohólico se convence que tiene problemas emocionales empieza a corregirlos con la ayuda de un padrino.

Antes de entrar en detalles sobre el inventario el alcohólico debe identificar cual es el problema principal.

El problema se identifica haciendo un análisis de cuál ha sido la causa que ha herido a otras personas y a ellos mismos.

Uno de los problemas que los alcohólicos enfrentan es que al hacer ese inventario se sienten culpables y se llenan de odio hacia ellos mismos.

Sienten que la única manera de ser feliz es olvidándose del daño que le hicieron a otros y por eso se sienten ofendidos por el inventario sugerido por alcohólicos anónimos.

Otra excusa que tienen los alcohólicos, es que en su percepción, los problemas de ellos son causados por la manera como los tratan otras personas.

Ellos dicen que si los trataran mejor ellos no tendrían tanto problema.

Justifican su indignación basados en el comportamiento de otras personas que los rodean.

El papel del padrino en el cuarto paso es muy importante.

El padrino le aconsejará al alcohólico que escriba en el inventario no solo debilidades o defectos del carácter pero que escriban también algunas virtudes que tienen.

Además el padrino les dice que ellos no son los únicos que poseen defectos de carácter ni sus defectos son más numerosos ni peores que los que tienen el resto de los alcohólicos.

Es muy probable que los alcohólicos en este paso necesiten mucho del apoyo de sus padrinos para ser consolados.

Muchos de ellos se cerrarán y no querrán hacer el inventario pues su orgullo no los dejará.

Antes de trabajar el cuarto paso los alcohólicos creían que las circunstancias los impulsaban a beber.

Por esta razón empezaron a beber de forma desenfrenada y hasta que no hicieron el inventario no cambiaron su manera de pensar de que eran ellos y no las circunstancias externas a ellos las que los hacían beber.

Una vez trabajaron el cuarto paso comenzaron exitosamente el proceso de superar el sentimiento “culpa”.

Los alcohólicos tienen mucha dificultad para admitir que ellos tenían muchos defectos pues eso les causa mucho dolor y humillación.

Necesitaron mucho de su buena voluntad para adquirir esa humildad para aceptar sus defectos.

Un consejo que se les da a los alcohólicos en este cuarto paso es utilizar la lista universal de los siete pecados capitales.

Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.

No es casualidad que la soberbia encabece esta lista.

Porque la soberbia, conduce a la auto justificación la cual causa la mayoría de las dificultades humanas y es el principal obstáculo al verdadero progreso.

Al llegar al cuarto paso, es probable que el alcohólico haya sacado algunas conclusiones con respecto a sus defectos de carácter y los hacen razonar sobre los instintos descarriados que causan su forma de beber y otros fracasos en su vida.

Fuente: Psicologicamente hablando