miércoles, 22 de enero de 2014

Madres de chicas adolescentes: consigue que vuestra relación no sea un desastre

La relación de las madres con sus hijas adolescentes es una de las más complejas que se viven a lo largo de la vida. Hay casos en los que todo va bien y no se presentan problemas pero eso no es lo habitual. Generalmente madres e hijas viven durante esa etapa momentos de tensión, discusiones continúas y enfrentamientos.

Es frecuente escuchar a madres de adolescentes que relatan que mientras sus hijas eran niñas todo fue perfecto entre las dos. Se llevaban bien, charlaban y había confianza en la relación pero al llegar la adolescencia, las hijas cambiaron radicalmente su forma de relacionarse con ellas y comenzaron a surgir los problemas. Ciertamente, esto es así en muchísimos casos. Las razones son varias y complejas y no provienen solo del paso por la difícil adolescencia de las hijas sino también de la etapa de su vida en la que están las madres.

Lo primero que hay que saber sobre esta difícil relación es que no tiene por qué ser así de difícil. Pueden usarse estrategias para que las cosas funcionen de otra forma, para que la relación sea mejor. Lo primero que deben hacer las madres es entender qué es lo qué está pasando, tanto lo que les sucede a sus hijas como, y más importante aún, lo que les está pasando a ellas mismas.

La mayoría de las mujeres con hijas adolescentes tienen edades que están en la cuarentena o en la cincuentena. Y eso quiere decir que, casi todas ellas, están pasando en ese momento por la menopausia. Y la conjugación de adolescencia y menopausia es complicada. Las dos provocan alteraciones en el humor, casi siempre producen también temor e inseguridad. Son los dos grandes cambios en la vida de una mujer. Cuando se juntan la menopausia de la madre con la adolescencia de la hija, pueden saltar chispas. Y aquí vamos a enseñarte a apagar esas chispas y a disfrutar de tu vida y de la tu hija sin alteraciones.

Qué hacer para evitar los conflictos
  • Tu hija se hace mayor. Un día de pronto, la que hasta hace nada era tu niñita aparece en el living con uno de tus vestidos, precisamente aquel con el que tú has lucido siempre tan juvenil y tan linda. Y ella luce más linda aún. Lo que sientes cuando ves a tu hija es, primero, una sensación de sorpresa porque descubres que tu niña se hace mayor y eso te alegra pero, a la vez, sientes cierta aprensión o casi enfado porque ella es más guapa y más joven. No te preocupes por que hayas tenido esos pensamientos, son iguales a los de miles de mujeres en esa circunstancia. Pero debes superarlos porque pueden haceros daño a ti y a tu hija. Debes analizar de dónde vienen. Lo primero que debes entender es que no tienen nada que ver con tu hija, se refieren exclusivamente a ti. Lo que te ha ocurrido es que has sentido que tu vida va hacia su final, que tu tiempo ya se acabó. Pero eso no es cierto, terminó una etapa de tu vida pero tienes otras por delante, tan emocionantes, llenas de posibilidades y gratificantes como las anteriores o más.
  • No compitas con tu hija. Algunas madres que tienen esa sensación de pérdida comienzan una competición con sus hijas. Intentan volver a ser jóvenes y analizan todo lo que hacen sus hijas desde esta posición. Es un error y una estupidez. No puedes competir con una adolescente. Afortunadamente, esa etapa de tu vida quedó atrás. Ahora eres una adulta madura. Y tu hija es una chica adolescente. Vive tu madurez plenamente aprovechando sus ventajas y deja de anhelar el tiempo pasado porque no va a volver.
  • Puedes seguir siendo una mujer sexy. No hace falta ser adolescente para sentirse guapa, sexy o inteligente. Puedes ser todo eso a tu edad o incluso, puedes serlo mucho más. En la madurez has superado ya los problemas de inseguridad, estás mucho más estable en tu trabajo, eres mucho más capaz de relacionarte con tu pareja y con tus amigos de manera más relajada y más sabia. Y todo ello puede darte muchas satisfacciones si no intentas ser lo que no eres.
  • Ten paciencia con tu hija. Se paciente, es cierto que la menopausia con sus alteraciones hormonales lo dificulta pero busca una solución para ello porque merece la pena que vivas esta etapa relajada y feliz. También ten paciencia contigo misma, quiérete y así demostrarás también mejor el amor que sientes por tu hija adolescente.
  • Haz memoria. Recuerda cuando tú eras como ella. Recuerda tus enfretamientos con tu madre. Seguro que no eran como los de tu hija contigo pero es muy probable que los hubiera. Seguro que también tú, como tu hija, tenías cambios de humor. Háblale a tu hija de tu adolescencia, seguro que podéis aprender juntas.
  • Disfruta de tu hija. Pasa tiempo con ella, sal y organiza actividades juntas, podéis salir de compras y divertiros con la moda, podéis buscar nuevos trucos de maquillaje, podéis leer, ver películas o viajar… Comparte también lo que te ocurre y ten siempre presente que ella es ella y tú eres tú. Y las dos tenéis aún una gran vida por delante para disfrutarla y compartir
Victoria Toro

martes, 21 de enero de 2014

A mi hijo le pegan: ¿qué puedo hacer?

Tu hijo llega de la escuela frecuentemente quejándose de que otro niño en su salón de clase le pega. Esta situación te preocupa y te indigna.

¿Qué está pasando? ¿Tu hijo es presa fácil de un bully? ¿Por qué nadie interviene para protegerlo? ¿Cómo puedes ayudar a tu hijo a resolver este problema?

1. Escucha.

Antes de enfurecerte, realmente escucha a tu hijo para digerir toda la información y saber en qué momento y en dónde están pasando los incidentes, y quién participa.

¿El golpe es un intercambio privado de agresiones entre tu hijo y otro niño? ¿El niño agresor es más grande que tu hijo? ¿Hay otros niños involucrados a quienes también se les pega? ¿Quién ve los golpes?

Es importante averiguar si es una situación personal entre dos niños, o si hay un ambiente de bullying, donde un agresor y su público están abusando de un solo víctima.

2. Pregunta.

¿Qué pasó antes de los golpes? ¿Qué hizo tu hijo después? Estas preguntas se hacen con mucha tranquilidad: no estás buscando culpas. Solamente quieres conocer todo el entorno.

Es importante ayudar a tu hijo a identificar sus propios sentimientos. “¿Cómo te hace sentir?” puede ser una pregunta con respuesta muy obvia, pero necesitas ayudar a tu hijo a encontrar palabras adecuadas para analizar sus circunstancias.

“Me siento triste.” “Estoy muy enojado.” “Me siento humillado.”

Poder articular lo que te pasa es el primer paso en ser asertivo.

3. Pide soluciones.

En vez de meterte de lleno y decir, “Pues, pártele la cara a este hijo de toda su madre,” cálmate y pregunta a tu hijo, “Y qué crees que puedes hacer?”

A lo mejor te sorprende su respuesta.

Ayúdale a encontrar dos o tres opciones viables. Por ejemplo, puede retirarse, decirle a la maestra o regresar el golpe en el momento.

5. Ensaya opciones.

En una situación donde alguien repetidamente recibe agresiones, lo peor no son los golpes, sino la falta de poder que somete y atrapa a la víctima en un círculo vicioso de intimidación.

Dentro del ambiente seguro de la casa, puedes dar a tu hijo el espacio para pensar y practicar soluciones que le devolverán el control de su situación.

Por ejemplo, tú puedes tomar el papel del agresor y fingir que vas a pegar a tu hijo. “Te voy a pegar,” le dices. “¿Qué vas a hacer?”

Te puede gritar fuerte, o estirar el brazo con la mano extendida para decir, ¡Alto! Te puede decir con firmeza, “ A MI no me pegas, fíjate.” Puede denunciar al agresor y pedir ayuda a alguien más. O te puede dar un trancazo (fingido).

El chiste es dejarlo experimentar y practicar con varias respuestas hasta que se sienta cómodo con alguno.

6. Promueve la comunicación verbal.

Antes de llegar a los golpes, hay que tratar de hablar. Por eso, ayuda a tu hijo a poner sus límites usando palabras. Por ejemplo, puede decir, firmemente, en voz alta: “No me pegues. No me gusta. Me duele.”

O también, “Si me vuelves a pegar, te voy a acusar con la maestra.”
Enseña a tu hijo a hablar de sus propias emociones en vez de etiquetar a los demás.

Por ejemplo, decir “cuando me pegas, me siento muy enojado” es mejor que decir, “niño grosero pegalón”.

Dar la cualidad de una etiqueta a alguien le da poder, porque le estás concediendo esta característica como algo esencial y no como una forma de conducta que se puede cambiar.

Si tu hijo llega a ver a su acosador como alguien malvado y amenazador, será difícil sobreponerse a esta impresión. Su relación con esta persona siempre se basará en el miedo y la intimidación.

Por otro lado, si tú le ayudas a tu hijo a enfrentar al otro niño y vencer su miedo, podrá ver que es un niño igual que él, con una conducta inaceptable pero sin la ventaja de ser un monstruo. Las conductas se pueden cambiar.

7. Acude con la autoridad.

Mientras que tú en casa sigas el proceso de apoyar a tu hijo, habla con las autoridades escolares para que ellos tomen cartas para supervisar la situación en la escuela.

Cuando el problema es entre dos niños de la misma edad, muchas veces lo pueden resolver con un poco de ayuda. Sin embargo, si hay un desequilibrio de tamaño o fuerza, es absolutamente necesaria la intervención adulta para prevenir el bullying.

Es vital que los adultos mantengan los ojos bien abiertos para evitar situaciones peligrosas que puedan salir de control.

8. Confía en tu hijo.


Dale tu voto de confianza, haciéndolo sentir fuerte. Déjalo saber que tendrá siempre tu apoyo incondicional, y que él decide cómo quiere resolver su problema, ya sea con palabras, con ayuda de la autoridad, o con golpes.

Tú no le digas, “¡Pega!” o “¡No pegues!” El hecho de pegar para defenderse no lo hace un niño violento, y el hecho de no pegar no quiere decir que es un débil que se deje de todos.

El proceso de buscar su propia solución con tu apoyo fortalece su auto estima y su habilidad de enfrentar retos.

Un niño fuerte que se enfrente a su agresor pronto dejará de ser el marco de agresiones.

Margaret McGavin

lunes, 13 de enero de 2014

El miedo a la soledad

En el interior de algunas personas existe cierto miedo a la soledad que se manifiesta en la necesidad de estar de forma continua en compañía ya sea con la pareja, familia o amigos. Sin embargo, la soledad como tal puede ser más positiva que una relación destructiva o no deseada al cien por cien. Las relaciones interpersonales deben estar sustentadas y motivadas en sentimientos concretos y reales como el afecto, el cariño, el respeto y la alegría. Por este motivo, cualquier elección en este ámbito que esté precedida por el miedo a la soledad sólo producirá mayor soledad y sufrimiento. En este tipo de casos, la persona es víctima de sus propios temores que le impiden ser libre y vivir en plenitud.

La incapacidad para disfrutar de uno mismo muestra un conflicto psicológico interno. El conflicto de pensar que la vida es menos vida si no se tiene a alguien al lado. Al actuar de este modo la persona pone su autoestima en el otro, es decir, analiza su propio valor interno desde el punto de vista de la alteridad. Sin embargo, el verdadero amor hacia uno mismo nace de dentro y, posteriormente, se muestra a los demás mediante acciones, palabras y gestos. La felicidad cuando es verdadera trasciende como un eco el ámbito de la pura individualidad e invita a compartir con los demás lo mejor de uno mismo.

La soledad no elegida produce dolor anímico. El abandono es causa de tristeza como muestra la situación que experimentan tantos ancianos en esta sociedad. El cariño y el reconocimiento del otro son necesarios e importantes. El aislamiento duele igual que la marginación. Una vez aclarada esta cuestión, conviene precisar que la soledad es positiva porque refleja la capacidad de la persona de cuidarse a sí mismo y realizar actividades que le gustan.

Existen planes sociales fundamentales y esenciales que invitan a compartir con los demás. Sin embargo, también existen muchas actividades que una persona puede realizar en compañía de sí misma: pasear, ir al cine, disfrutar de una tarde de compras, leer una revista o un buen libro… De hecho, más allá del estrés y la prisa que late en una sociedad marcada por la competitividad, los expertos recomiendan que cada persona encuentre al menos unos minutos para alejarse del entorno y desconectar. Esta idea queda de manifiesto en el auge de prácticas relacionadas con la meditación y la espiritualidad.

La aventura de la vida se nutre de amor. La compañía y la soledad se suceden acompasadamente en el destino humano. Un destino marcado por el anhelo de felicidad perpetuo que existe en el corazón de todo hombre.

Maite Nicuesa