Tu hijo llega de la escuela frecuentemente quejándose de que otro niño en su salón de clase le pega. Esta situación te preocupa y te indigna.
¿Qué está pasando? ¿Tu hijo es presa fácil de un bully? ¿Por qué nadie interviene para protegerlo? ¿Cómo puedes ayudar a tu hijo a resolver este problema?
1. Escucha.
Antes de enfurecerte, realmente escucha a tu hijo para digerir toda la información y saber en qué momento y en dónde están pasando los incidentes, y quién participa.
¿El golpe es un intercambio privado de agresiones entre tu hijo y otro niño? ¿El niño agresor es más grande que tu hijo? ¿Hay otros niños involucrados a quienes también se les pega? ¿Quién ve los golpes?
Es importante averiguar si es una situación personal entre dos niños, o si hay un ambiente de bullying, donde un agresor y su público están abusando de un solo víctima.
2. Pregunta.
¿Qué pasó antes de los golpes? ¿Qué hizo tu hijo después? Estas preguntas se hacen con mucha tranquilidad: no estás buscando culpas. Solamente quieres conocer todo el entorno.
Es importante ayudar a tu hijo a identificar sus propios sentimientos. “¿Cómo te hace sentir?” puede ser una pregunta con respuesta muy obvia, pero necesitas ayudar a tu hijo a encontrar palabras adecuadas para analizar sus circunstancias.
“Me siento triste.” “Estoy muy enojado.” “Me siento humillado.”
Poder articular lo que te pasa es el primer paso en ser asertivo.
3. Pide soluciones.
En vez de meterte de lleno y decir, “Pues, pártele la cara a este hijo de toda su madre,” cálmate y pregunta a tu hijo, “Y qué crees que puedes hacer?”
A lo mejor te sorprende su respuesta.
Ayúdale a encontrar dos o tres opciones viables. Por ejemplo, puede retirarse, decirle a la maestra o regresar el golpe en el momento.
5. Ensaya opciones.
En una situación donde alguien repetidamente recibe agresiones, lo peor no son los golpes, sino la falta de poder que somete y atrapa a la víctima en un círculo vicioso de intimidación.
Dentro del ambiente seguro de la casa, puedes dar a tu hijo el espacio para pensar y practicar soluciones que le devolverán el control de su situación.
Por ejemplo, tú puedes tomar el papel del agresor y fingir que vas a pegar a tu hijo. “Te voy a pegar,” le dices. “¿Qué vas a hacer?”
Te puede gritar fuerte, o estirar el brazo con la mano extendida para decir, ¡Alto! Te puede decir con firmeza, “ A MI no me pegas, fíjate.” Puede denunciar al agresor y pedir ayuda a alguien más. O te puede dar un trancazo (fingido).
El chiste es dejarlo experimentar y practicar con varias respuestas hasta que se sienta cómodo con alguno.
6. Promueve la comunicación verbal.
Antes de llegar a los golpes, hay que tratar de hablar. Por eso, ayuda a tu hijo a poner sus límites usando palabras. Por ejemplo, puede decir, firmemente, en voz alta: “No me pegues. No me gusta. Me duele.”
O también, “Si me vuelves a pegar, te voy a acusar con la maestra.”
Enseña a tu hijo a hablar de sus propias emociones en vez de etiquetar a los demás.
Por ejemplo, decir “cuando me pegas, me siento muy enojado” es mejor que decir, “niño grosero pegalón”.
Dar la cualidad de una etiqueta a alguien le da poder, porque le estás concediendo esta característica como algo esencial y no como una forma de conducta que se puede cambiar.
Si tu hijo llega a ver a su acosador como alguien malvado y amenazador, será difícil sobreponerse a esta impresión. Su relación con esta persona siempre se basará en el miedo y la intimidación.
Por otro lado, si tú le ayudas a tu hijo a enfrentar al otro niño y vencer su miedo, podrá ver que es un niño igual que él, con una conducta inaceptable pero sin la ventaja de ser un monstruo. Las conductas se pueden cambiar.
7. Acude con la autoridad.
Mientras que tú en casa sigas el proceso de apoyar a tu hijo, habla con las autoridades escolares para que ellos tomen cartas para supervisar la situación en la escuela.
Cuando el problema es entre dos niños de la misma edad, muchas veces lo pueden resolver con un poco de ayuda. Sin embargo, si hay un desequilibrio de tamaño o fuerza, es absolutamente necesaria la intervención adulta para prevenir el bullying.
Es vital que los adultos mantengan los ojos bien abiertos para evitar situaciones peligrosas que puedan salir de control.
8. Confía en tu hijo.
Dale tu voto de confianza, haciéndolo sentir fuerte. Déjalo saber que tendrá siempre tu apoyo incondicional, y que él decide cómo quiere resolver su problema, ya sea con palabras, con ayuda de la autoridad, o con golpes.
Tú no le digas, “¡Pega!” o “¡No pegues!” El hecho de pegar para defenderse no lo hace un niño violento, y el hecho de no pegar no quiere decir que es un débil que se deje de todos.
El proceso de buscar su propia solución con tu apoyo fortalece su auto estima y su habilidad de enfrentar retos.
Un niño fuerte que se enfrente a su agresor pronto dejará de ser el marco de agresiones.
Margaret McGavin