martes, 22 de enero de 2013

Pruebas de amor por Rose Mary Espinosa

Nunca antes, en los seis años que tengo en Facebook, me habían pedido que retirara mi Like de un enlace. Un escenario extraño, dada la cantidad de invitaciones que, supongo, la gran mayoría de los que estamos en esa red social recibimos para darle Me gusta a un texto, una fan page, un vídeo .. Pero hay casos en los que manifestar nuestro agrado en público puede ser malinterpretado o resultar riesgoso para alguien más.

Hace unos días le echaba un vistazo a las actualizaciones de mis amigos: fotos, cumpleaños, nuevos status de pareja y hasta mensajes cargados de inspiración y buenas vibras. Entre éstos, me llamó la atención uno, escrito por un amigo que, según yo, llevaba rato en busca del amor y, según el post que había subido, al fin lo había encontrado.

Era una romántica dedicatoria a la que sería su próxima esposa y estaba plagada de flores y juramentos. Me alegré tanto por él y, como nadie más había comentado nada, le di un Me gusta. En cuestión de segundos recibí un inbox suyo diciéndome que mi Like levantaría las sospechas innecesarias de su prometida y podría provocar que rompieran definitivamente. Y, ni modo, tuve que darle Unlike.

Lo saco a colación porque cada vez más escucho sobre casos en los que el flirteo cibernético --o lo que se interpreta como tal-- ha sido factor de disputa y hasta rompimiento en una pareja. En estas últimas semanas, otros dos buenos amigos me contaron que sus relaciones de pareja estaban a la deriva porque sus novias se habían metido a leer sus mensajes privados en Facebook. ¿Y qué encontraron? En realidad, ninguna evidencia de que tuvieran una relación aparte, sino coqueteos, una suerte de guiños, un comportamiento desenfadado o un sentido del humor que ellas o desconocían o echaban de menos en ellos.

Como pasa en estas situaciones, todo tiende a magnificarse. Cualquier broma o rasgo de soltura revela una proximidad incómoda, cualquier halago es una provocación, a la manera del pañuelo de Desdémona que algo manda robar. Y no es que meta las manos al fuego por mis amiguitos, pero lo que me parece desproporcionado es que, de pronto, tengan que estar dando explicaciones y librando acusaciones sobre su ojo alegría, calentura o traición, en vez de defender el derecho a su privacidad. Tal parece, ésta es lo que menos importa. Basta levantar dudas para ser objeto de fiscalización.

Aunque, viendolo bien, hay casos en que lo primero, primero, es sospechar... Hace varios años, en el extranjero, una de mis amigas empezaba a salir con el administrador de la casa donde nos hospedábamos. Un día estábamos las dos en la sala de computadoras y la noté muy alterada, como si estuviera peleando con la máquina. Me explicó que llevaba varios intentos y nada más no daba con la contraseña del correo electrónico de su pretendiente.

-Pero si ni novios son... -dije.

-Por eso mismo -respondió-. Para no llevarme sorpresas después.

Cada quien... Aunque, a mi juicio, esta prevención es excesiva. Casi como la moda entre las parejas muy jóvenes de compartir o, peor todavía, exigir, el password, como condición para que la relación continúe. La nueva prueba de amor, le dicen.

No deja de causarme asombro con qué naturalidad se contempla invadir la privacidad del otro. Hace no mucho, en una reunión con excompañeras de trabajo, una de ellas nos confió que notaba a su esposo medio cambiado y no sabía por qué. En eso, una de las presentes, le preguntó si ya le había revisado el celular, como si fuera la solución más obvia. En el instante, otras de las amigas secundaron la moción:

-Aprovecha cuando esté dormido...

-Cuando se meta a bañar...

-Un día dile que te lo preste porque te quedaste sin pila y lo revisas...

Las que opinábamos que era una falta de respeto, que el que busca encuentra y cosas así, éramos una pequeña minoría. Para entonces, las consejeras compartían anécdotas ajenas y propias: la catarsis en pleno. Una de ellas estaba saliendo con un modelo que había conocido en el gimnasio y contó que, como lo notaba muy extraño, acababa de revisarle el teléfono en busca de pruebas... mismas que, todo parece, había encontrado: fotografías y mensajes íntimos y muy explícitos que, al confrontarlo, él negó:

-No es lo que piensas... Así nos llevamos entre amigos en mi país...

Es decir: a veces no basta con los pelos de la burra, sino que hay que ir por más.

Ahora bien, yo hablo más desde la experiencia que desde la virtud nata, pues, en algún momento de mi vida me dio por hurgar en el correo electrónico de un novio. Para mi sorpresa, no tuve que pelearme con la computadora, como hizo mi amiga, sino que, a la primera de cambio y con lo básico (iniciales y año de nacimiento), fue chicle y pegó. Ante mi total estupefacción, se abrió una cascada de correos, la mayoría intercambiados entre nosotros, algunos entre sus mejores amigos y un par entre él y una compañera de escuela. Con un amigo había compartido quejas hacia mí y con la mujer un 'qué gusto haberte conocido, guapa' y, lo que menos esperaba, versos que yo le había escrito y que él parecía dedicarle como si fueran suyos o, por lo menos, sin citarme. Eso sí me caló.

Aunque de esta absurda experiencia ya llovió, no me quedaron ganas de volver a husmear entre las cosas de ningún galán. Oportunidades no han faltado, claro, pero entre mi mala experiencia, los niveles a los que la desconfianza puede llegar, el vicio y el tormento en que la fiscalización puede convertirse y, por otra parte, lo que he padecido con parejas extremadamente celosas, de verdad que, literalmente, paso sin ver.

También a mis fotos les han dado Unlike o me han retirado amistades en Facebook por cuestiones de celos o para evitarse broncas (aunque poco después me hayan agregado con otra identidad). También he tenido parejas que han leído "accidentalmente" mis mensajes privados con solo un vistazo o que pasaban por ahí y la computadora se movió y se abrió mi Twitter... ¡Puras coincidencias! Ya me ha tocado el ex que hizo pública información personal y privada, y el que, aunque no llegó a tal exceso, tenía la peculiar costumbre de compartir con su hermana mis cartas y SMSs, así fueran poéticos, cachondos, histéricos... o mentadas.

Seguir o no seguir, agregar o no agregar al novio o la novia, hacerse de una o más cuentas alternas para tener lo mejor de todos los mundos... Parece broma, pero en las relaciones de nuestros días estos dilemas pueden volverse cosa seria. Incluso en los conflictos legales de pareja, cada vez se presenta más este tipo de pruebas, al tiempo que la línea entre flirteo e infidelidad se ha hecho más delgada.

¿Revisar o no revisar? Delicada disyuntiva. Me atrevo a decir que si dudamos, si nos late que algo anda mal, si por más que preguntamos y nos comunicamos, no hay algo que nos traiga paz, quizá la respuesta radique dentro y no fuera de nosotros. La mera búsqueda de una evidencia (dolorosa) tendría que hablar por sí sola. ¿Qué se quiere o qué se teme encontrar, y por qué? Peor aún, una vez que se encuentra, ¿para qué persistir, para qué permanecer? ¿Por qué la primera prueba de engaño no siempre es la última, la definitiva?

El costo, el desgaste, la facilidad con que la pareja --y la familia de ésta y los que se enteren-- reducen y etiquetan al que duda: de inseguro a paranoico a stalker, y, por otra parte, la lupa puesta sobre el transgresor: de mirón a coqueto a enfermo... Perdón, ¿pero qué necesidad? Justificado o no que se invada o se defienda la privacidad, lo que podría evitarse es la exposición y la amenaza continuas. Sin duda se puede vivir una relación de otra manera, sin que uno sea el fiscal y otro el fiscalizado.


Autora: Rose Mary Espinosa
Voces, piel, deseos, aventuras. Acudo a las letras como a una cita: me preparo, observo, dialogo, sello. Cada escrito es un cajón donde acomodar vivencias, rescatar anhelos y labrar sueños.

Celebro el desnudo en todas sus presentaciones y también abogo por la protección y el cobijo cuando ese desnudo implica riesgo, escarnio o vejación. No dudo en apostar mi resto cuando el juego es auténtico y ese juego es el que quisiera construir aquí contigo.

Autora del libro de relatos Loca por mí (Grijalbo 2011) y la novela Mi cuerpo en tus manos (Terracota 2009)

Foto de: Esteban Flores Yebale
Fuente: http://blogs.eluniversal.com.mx