lunes, 8 de abril de 2013

Durmiendo con el enemigo por Rose Mary Espinosa

Alguien, cuyo nombre prefiero no revelar, me cuenta que está fascinado con su nueva novia, salvo por el pequeño detalle de que en la intimidad ella critica sus posiciones, le dice que la aplasta, que le da asco que sude y se burla de su miembro. Como consecuencia, él se ha vuelto muy inseguro y, según confiesa, cada vez le es más difícil tener una erección, lo que, a su vez, propicia el círculo vicioso en que ella critica su físico y su desempeño y él se siente insuficiente e inadecuado.

El innombrable dice que si soporta esto y más es por amor y yo me pregunto si, de verdad, en el amor todo se vale. Lo primero que me viene a la mente es que no, pero después reflexiono sobre lo única que es la vivencia de amor, lo individual que es su significado, y sobre cómo este tipo de dinámicas pueden ser un complemento en una pareja, un reto, una manera de conocerse y aprender, de crecer y fortalecer la relación, o de separarse.

Lo delicado es lo que está en medio: cuando la relación, aun cuando no se rompe, no se fortalece. Y no sólo no se fortalece sino que se deteriora. Y no sólo se deteriora sino que pone en peligro la dignidad, la integridad, la vida de quienes la conforman.

Una cosa es complacer, preocuparse por la satisfacción del otro, y otra ser objeto de malos tratos y humillaciones. Desde luego que esto puede ser parte de un juego, es decir, una dinámica consensuada, de ahí que exista un gusto, cada vez más abierto y aceptado, por actividades sexuales en las que la excitación y la gratificación se obtienen a través de ser sometido, humillado, vejado y/o expuesto, y se sugiera, a quienes quieran incursionar en estas dinámicas, lo hagan con un bondage light: primero platicar sobre los juegos con total honestidad y claridad, para después empujar los límites poco a poco (vendarse los ojos, atarse las manos o a la cama con corbatas o tiras de papel que se rompan con facilidad) o establecer códigos que permitan al sometido escaparse o decir hasta aquí.

Suponiendo que se trate de un juego entre adultos, repito, consensuado y bajo control, quizá podamos decir que queda entre ellos, que ya están grandecitos (¿quién lo está?) para saber lo que hacen, que respetamos aunque no comulgamos, que, mientras no haya consecuencias, cada quien con su cada cual. Ahora bien, este tipo de dinámicas, aun capaces de condimentar la vida en pareja y ayudar a explorar la personalidad sexual, igualmente pueden escaparse de las manos y traspasar la frontera: ello es una posibilidad creciente e inquietante de la que me ocuparé en otro post.

Por ahora, quiero volver a hablar sobre esos malos modos no consensuados en que, en una pareja, uno minimiza al otro a través de rudeza verbal, indiferencia, burla, seducción, intoxicación, fuerza física… Un aspecto clave de esta dinámica es que el otro (el agredido, el cosificado) no siempre está en condiciones de identificar la situación violenta de la que es parte, mucho menos de defenderse o hacerse a un lado.

Bed bullying, que le llaman: es un tipo de hostigamiento sexual, que va desde críticas y comparaciones, hasta coerción y violencia física. El común denominador es que quien lo ejerce siente gratificación al ofender y cosificar a la pareja sexual; mientras que quien lo padece se siente incómodo, forzado a ir en contra de sí mismo.

Como dicen por ahí, hasta entre los perros hay razas o, lo que es lo mismo, son distintos los grados en que el llamado bed bully (que puede ser quien está a nuestro lado o podemos ser nosotros mismos) ejerce su dominio: desde tácticas no verbales como acariciar y besar por la fuerza hasta presionar a través de mentiras, chantajes y degradación: amenazas con terminar la relación, comparar y ridiculizar a la pareja, burlarse de su cuerpo o incluso sugerirle que se haga una cirugía estética.

Un nivel más severo, en que la manipulación es evidente, consiste en alcoholizar o drogar a la pareja con tal de recibir algo a cambio o abusar de ella cuando no se puede defender. Y, sin duda, el grado más alto de explotación tiene lugar a través de la violencia física para forzar a la pareja a tener sexo en contra de su voluntad.

Una vez más: no se trata de satanizar. Es poco realista y poco práctico concebir una sola manera de tener relaciones sexuales siempre sana y moderada. Lo importante aquí es el acuerdo mutuo y que el goce de uno no se obtenga a costa del padecimiento de otro. Que podamos discernir entre lo que es manejable y lo que es insostenible: ¿Hasta dónde esta práctica es algo que quiero experimentar, hasta dónde me hace transgredir fronteras y crecer? ¿Hasta dónde me somete, me humilla, me hace sentir incómodo, usado, triste, vacío?

El sexo no tiene por que ser limitado ni limitante. Uno puede conocerse mejor. Romper esquemas. Vivir personajes. Disfrazarse. Sacar una personalidad que no nos permitimos en lo cotidiano. Pero esto no tiene que ser a costa de nuestra dignidad o integridad física o emocional ni la de la pareja.

La pareja puede ser nuestro cómplice en la fantasía que queremos realizar, en el escenario que queremos poblar. Podemos vencer los miedos, recrear situaciones que nos generaron un trauma. En la cama podemos negociar, consensuar, interpretar; explícita o tácitamente. Ahí radica una parte de la verdadera y más profunda comunicación y compatibilidad sexual.

A veces nos damos cuenta de que estamos rayando en el límite; a veces no. Si no podemos poner un freno, o no podemos ponérnoslo, se vale pedir ayuda. Tengamos presente que la violencia no siempre es claramente percibida ni por quien la recibe ni por quien la ejerce. ¿Quién es realmente el enemigo?



Coerción sexual en las primeras citas

El sex bullying se puede presentar desde las primeras salidas.

Tácticas masculinas más usuales: presión verbal, fuerza física, alcohol y drogas, imposición.

Tácticas femeninas: coqueteo, tocar, halagos, quitarles la ropa. Aprovechar que el hombre está bebido. Muy pocas usan la fuerza.

En Estados Unidos, uno de cada tres adolescentes ha sido víctima de abuso por parte de su pareja.

Las víctimas de citas violentas pueden desarrollar adicción a drogas, trastornos alimenticios y propensión a suicidio.

La violencia en las citas es la causa número uno de daño físico e injurias a la mujer.

Se calcula que un cuarto de las adolescentes ha tenido sexo por la fuerza o por presión.



ROPA SUELTA

El desalmado, ese otro ser humano insensible tan distinto a nosotros. Ese al que los demás llaman o que se llama a sí mismo diablo, como Omar Alejandro Rosas, de 24 años, que, según la denuncia de los familiares de Darcy Losada (joven de 20 años, que trabajaba en Helados Santa Clara) fue quien le dio muerte a la chica y que posteriormente lo confirmó en un chat que tuvo con ellos en el que, además, narró cómo había disfrutado asesinarla y les aseguró que, debido a sus contactos políticos, no lograrían detenerlo.

Esos seres crueles y egoístas de los que habla Zygmunt Bauman, que provocan en la sociedad un miedo que tiene como objeto a la maleficencia humana y a los malhechores humanos.

Perturbadoramente peligroso y sin un ápice de moral, así describió la jueza Thirwall a Michael Philpott, quien se mostró estoico e impasible hasta el último minuto en que fue sentenciado a cadena perpetua por asesinar a sus seis hijos y sólo se quebró cuando escuchó que su esposa y cómplice, Mairead, recibiría una sentencia de 17 años en prisión.

El matrimonio y otro cómplice, Paul Mosley, quien obtuvo la misma condena que Mairead, fueron sentenciados por planear y provocar el incendio de la casa en que los niños habitaban y que les causó la muerte. Una sentencia única, en palabras de la jueza, correspondiente a seis homicidios no premeditados de niños con edades entre cinco y 13 años.

Según el dictamen, Michael Philpott fue quien operó detrás de tan alarmante y peligrosa empresa que tenía como fin provocar el regreso a casa de su amante Lisa Wills, con quien al parecer él estaba obsesionado.

A continuación, me permito reproducir parte del veredicto emitido por la jueza a Michael Philpott:

Estabas decidido a asegurarte de que ella regresara y empezaste a armar tu plan. Controlaste y manipulaste a esas mujeres como habías controlado y manipulado a sus predecesores. Las mujeres te pertenecían para ver por ti y por tus hijos, así las describías. Te bastaba con ladrar órdenes y ellas obedecían. Tus necesidades y deseos cobraron prioridad sobre cualquier cosa, sobre quien fuera, incluidos tus hijos. Arreglaste tu vida y las de ellos de tal suerte que todo se llevara a cabo para beneplácito de Michael Philpott. Fue un plan perverso y peligroso. Se ha dicho en tu nombre que eras un buen padre. Yo no podría describir así a un hombre que actuó como lo hiciste tú. Acepto que perdiste seis hijos. Lamento mucho que en ti todo sugiera que tu dolor ha sido simulado para el ojo público. Eres perturbadoramente peligroso. Tu principio motor es: lo que Michael Philpott quiere, Michael Philpott lo consigue. No tienes un ápice de moral.

Parafraseando a Bauman, esos otros seres humanos que son en gran parte responsables de las bromas pesadas de la naturaleza y de las rarezas de la salud corporal.