lunes, 25 de febrero de 2013

El club de la mano amiga por Rose Mary Espinosa

Tomado de la página de El Vicio
¿Por qué no termina dentro? ¿Por qué sigue por su cuenta? ¿Por qué lo hace enfrente de mí? ¿Por qué se esconde? ¿Por qué se mete al baño con el celular? ¿Por qué cierra la puerta? ¿Por qué la deja abierta? ¿Por qué lo hace antes, durante y/o después de que tenemos sexo? ¿En quién está pensando? ¿Acaso no lo satisfago? ¿Por qué no le es suficiente conmigo? ¿Por qué me siento excluida, engañada, insultada?

Muchas mujeres viven con recelo que sus parejas masculinas se masturben. Muchas manifiestan sentimientos encontrados: de entrada y como una idea, no tiene nada de malo: es perfectamente natural y hasta cierto punto positivo. Sin embargo, cuando se percatan de que ellos lo hacen con mayor frecuencia, cuando los descubren por accidente, es casi inevitable que lo tomen como algo personal o bien que intervengan ciertos juicios de índole moral. En cualquier caso, sobrevienen descalificaciones y señalamientos: o él es un pervertido, un egoísta, un adolescente tardío que no se contiene, o ella es inadecuada por no saber, por no hacer más por satisfacerlo.

Entre que se acepta, se integra o se repudia, puede vivirse como un desencuentro: para él, una muestra de incomprensión hacia sus deseos, su libertad y su naturaleza; para ella, una incómoda zona de tolerancia que tal vez respeta o sólo se resigna o se empecina en que cambie una vez que él repare en lo ''ofensivo'' que para ella es, en lo mucho que ''afecta'' la dinámica en pareja, o una vez que ella pueda ser absolutamente todo para él.

De entrada, se antojan como batallas perdidas, porque no parten de un conocimiento profundo y honesto ni de la pareja ni de sí. Por el contrario, parten de prejuicios y un tanto de imposición: esto está mal y tiene que cambiarse o yo estoy mal y debo cambiar. A mi parecer, requiere una revisión exhaustiva y valiente de nuestras ideas al respecto: identificar de dónde vienen, qué tanto son propias o ajenas, qué tan cuestionables o inamovibles, a qué época, a qué corriente pertenecen o si, de plano, son aspectos que no estamos dispuestos a negociar.

Y, a la par, también ahondar en las emociones que acompañan estas ideas, quizá lo más difícil, mas no imposible, de lograr: ok, es normal, ok buena parte de los hombres lo hacen, pero, ¿puedo con ello? ¿por qué me produce malestar? ¿por qué me es extraño, incómodo, ofensivo? Desde una perspectiva de honestidad consigo mismo, puede ser un poco más fácil tratar de entender al otro y la relación de éste con su cuerpo: cómo fue su despertar sexual (generalmente a una masturbación temprana corresponde una masturbación frecuente y, contrario a lo que se cree, esta práctica no necesariamente disminuye con la edad), qué lo estimula, por qué su satisfacción (y no solo la suya sino acaso la propia) tendría que ceñirse al contacto sexual con la pareja.

No está de más repasar cómo se ha interpretado la masturbación a lo largo de la historia. Ya en el Viejo Testamento se le tilda de una suerte de desperdicio y auto abuso sexual por parte de Onán, quien esparció su semilla sobre la tierra, cuando el único sentido de eyacular era procrear. Mucho tiempo después, hacia el siglo XVIII, las ideas anti-masturbatorias tenían varios precursores que consideraban esta práctica una enfermedad misma que debía tratarse como ''peligro mortal''. Aún en el siglo XIX se creía que robaba energía, debilitaba el cuerpo y podía llevar a la muerte. De ahí que “por su propio bien” se impartieran torturas y prácticas brutales hacia los niños que exploraban cuerpos. Es quizá hacia el siglo XX cuando se empieza a poner en tela de juicio esta supuesta ''peligrosidad'' de la masturbación y se despoja de estigma en la comunidad médica e incluso Stekel la defiende en la prevención de prevenciones.

Hay quien dice que el siglo XXI marca la salida del clóset de la masturbación y su notable aumento especialmente en el mundo Occidental: se cree que alcanza entre 60 y 90 por ciento de adolescentes hombres y 40 por ciento de adolescentes mujeres. Es aceptada como una oportunidad para explorarse previo empezar la vida sexual con alguien más, a la vez que hay quienes la asocian con prevención de cáncer de próstata, como tratamiento alternativo para el Desorden Hipoactivo de Deseo Sexual y, claro está, sustituto del sexo y, por tanto, inhibidor de la promiscuidad y la transmisión de infecciones y enfermedades de tipo sexual.

Desde luego que muchos de estos resultados enfrentan una contraparte. Algunas investigaciones han encontrado que las mujeres que se masturban constantemente son más dadas a tener compañeros múltiples y sexualidad de alto riesgo, mientras que los hombres que hacen lo propio, aun cuando son más proclives a mayor promiscuidad, a la vez registran mayor uso de condón durante el coito.

Entonces: ¿le entramos o no le entramos? ¿Acompañamos o condenamos? ¿Seremos solidarios o punitivos? ¿Entenderemos la masturbación como un ejercicio de libertad sexual del individuo o lo padeceremos como una amenaza a la dinámica en pareja?

Como dice el dicho: ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. Tomando en cuenta la frecuencia e intensidad y el hecho de que es más común alcanzar un mayor éxtasis tocándose a sí mismo que en el coito, la preocupación que tienen muchas mujeres en el sentido de que esta práctica afecte y desplace la intimidad en pareja, no es del todo descabellada. Es decir, las bondades del autoerotismo, de la autosuficiencia y el confort con la propia genitalia, pueden salirse de proporción y de control y tener tintes adictivos, al grado de eclipsar a la persona que se tiene a un lado, al grado de que ésta se vuelva artífice o invisible, con el consiguiente menoscabo de la relación sexual.

EL CLUB DE LA MANO AMIGA

Considerados una tendencia creciente en Europa y Estados Unidos, los clubes de masturbación garantizan sexo seguro. Son agrupaciones cuyos miembros se masturban en público o en cuartos privados, solos o con alguien más. La locación suele cambiar continuamente (casas, espacios rentados, fiestas), mientras que la información al respecto generalmente se difunde por la red o por recomendación de boca en boca. Desde luego, la membresía suele estar conformada en su mayoría por hombres que no es raro compitan entre sí (Circle Jerk), aunque también se arman dinámicas según preferencias y orientaciones: mujeres, homosexuales, bisexuales, seropositivos. . .

Se sabe de un club masturbatorio en Florida que, bajo la consigna Please yourself, organiza encuentros de hasta seis horas, donde las drogas y el alcohol están prohibidos y cuyos miembros (un grupo no mayor de 35 personas) están advertidos de que: una vez que la fiesta empieza, nadie puede salir o entrar”.

Sin duda, la obra El club de la mano amiga, del dramaturgo Edgar Álvarez Estrada, muestra la confluencia de estos dos mundos relativos a la masturbación: por una parte, su impacto en una joven relación de pareja, donde la esposa vive con zozobra y confusión la autosatisfacción y las escapadas de su compañero, y, por la otra, la secrecía de este tipo de fraternidades y las prerrogativas de la apoteosis compartidas.

La farsa plantea y cuestiona los lineamientos y parámetros que condicionan la supuesta normalidad de los individuos y las parejas, a la vez que pasa la lupa por ciertos juegos de poder y vacíos de comunicación, usualmente determinados por un discurso sexual impuesto y repetido. Sin revelar el final, a mi juicio la obra plantea el precio de lo que aquí se menciona: comprender a la pareja no necesariamente para ceder sino para compartir y de alguna manera crecer, aun a costa de romper con un molde y la nostalgia que ello representa.

Si quieren ver la obra, se estará presentando, bajo la dirección de Julián Pastor, este último sábado de febrero y todos los sábados de marzo a las 20:00 horas en El Vicio (Madrid 13, Coyoacán, Distrito Federal). El costo del cover por persona es de $200. 


Rose Mary Espinosa
Fuente: http://blogs.eluniversal.com.mx