sábado, 9 de febrero de 2013

Mamá, ¡Déjalo Pasar!

Quienquiera que haya estado en el área de Nueva York este año sabe que fue un invierno muy difícil, con grandes nevadas y acumulaciones de nieve.

Un martes de febrero por la mañana, mientras la nieve caía pesadamente desde el oscuro cielo, sonó mi teléfono con el siguiente mensaje:

Una ordenanza del condado determina que toda la nieve debe ser removida de tu acera dentro de las cinco horas desde que la nieve deja de caer. Quienes no quiten la nieve de la acera recibirán multas.

¿Cinco horas? ¡Y qué tormenta de nieve! Mis hijos están en la Ieshivá y mi esposo fuera, en un viaje de negocios. Yo podría intentar tomar la pala, pero el trabajo parecía desalentador. Para mi suerte, unas horas después sonó el timbre de la puerta. Dos hombres jóvenes y robustos se ofrecieron para palear la nieve de mi acera a cambio de una tarifa “decente”. Perfecto.

Algunas horas más tarde comenzó a nevar de nuevo. Yo me exasperé en gran forma cuando mi acera, recientemente despejada, se volvió a cubrir. Esta vez fue una tempestad. No recuerdo haber visto alguna vez una tormenta como ésta.

A la mañana siguiente espié hacia afuera por mi ventana. Se había acumulado muchísima nieve, cubriendo nuestro mundo con un blanco celestial. Era hermoso. Lo que no era tan hermoso era pensar en quitarla.

Cuando el timbre de la puerta sonó nuevamente, con unos adolescentes trayendo una oferta para despejar la acera, estuve agradecida. Convenimos otro precio “decente” y les di instrucciones para estar segura de que palearían toda la longitud de la acera.

Cuando me dijeron que la tarea estaba terminada, hice un rápido chequeo, les agradecí por su trabajo y regresé rápidamente a casa. El clima estaba terrible, y yo no iba a salir, conducir era muy peligroso.

Había sido estafada. Los adolescentes sólo habían hecho la mitad del trabajo.

Recién cuando salió el sol al día siguiente me di cuenta de lo que había ocurrido. Había sido estafada. Los adolescentes sólo habían hecho la mitad del trabajo. Habían paleado el principio de la acera y luego se habían detenido.

A estas alturas, era imposible remover la nieve. Se había congelado, y era increíblemente alta.

Pero no le presté mucha atención. Shabat estaba acercándose y yo necesitaba organizarlo. Con la nieve acumulada por todos lados, todo llevó el doble de tiempo. Afortunadamente, para cuando atardeció estábamos listos para darle la bienvenida a Shabat.

Imagina mi consternación cuando, unos días después, abrí la puerta de entrada y encontré un trozo de papel encintado a ella:

Boleta de citación y comparecencia.

“En nombre del Estado de Nueva York a Slova Wolff…”

¡Una citación a presentarme en la corte! ¿A mí? ¿Por qué? Cuando examiné el papel todo quedó claro. Por no haber limpiado la acera pasadas cinco horas.

Recientemente tuve mi cita en la corte local. Decidí llevar conmigo a mi hija de once años, Alisa. Era de noche y no quería estar afuera mientras ella estaba en casa.

Primero tuvimos que esperar que fueran atendidos los casos de infracciones de tránsito, escuchando a los conductores defenderse a sí mismos por conducir sin licencia o con la licencia suspendida, por caños de escape ruidosos y por ventanas polarizadas. Cien dólares, doscientos dólares, multas legislativas y conversaciones sobre futuras citas en la corte iban y venían Finalmente, la corte se despejó y sólo quedamos nosotros, los paleadores de nieve.

El juez nos dijo que deberíamos encontrarnos con él, de a uno a la vez, en un cuarto privado de la corte. Llamaron mi nombre. No estaba muy nerviosa. Por lo único que estaba aquí era por no haber limpiado la nieve.

“¿Cómo se declara usted?”, me preguntó el juez.

“No soy culpable, su señoría”, dije con confianza.

“¿Cómo puede decir eso?”.

Proseguí a contarle acerca de las dos tormentas de nieve, y que había contratado no a uno, sino a dos grupos de jóvenes para ayudarme, y que había sido embaucada.

“Su argumento no es suficientemente bueno”. Prosiguió a sacar una foto delatadora de mi acera. “Esto es inaceptable. La multa es de $1000 dólares”.

Mi cabeza daba vueltas. Está bromeando, pensé. ¿Mil dólares por no sacar la nieve de la acera, y la gente conduce sin licencia y no tiene que pagar ni la mitad de eso?

“Su señoría”, dije, “yo traté. Y cuando, cerca de dos semanas después, vino la siguiente tormenta, me levanté temprano en la mañana y me aseguré de que la acera estuviera despejada”.

“No hubo otra tormenta”.

Me quedé pasmada. Sabía que había habido otra tormenta. Sabía que había dado un suspiro de alivio cuando mi acera fue limpiada, y ahora estaba siendo multada con esta gran suma de dinero y me estaban diciendo que no había actuado de manera responsable.

El juez me miró con impaciencia. “Insiste en que hubo otra tormenta. Eso es mentira. Las fotos no mienten. La multaré con $100 esta vez, pero le conviene ser más responsable en el futuro”.

Salí dolida y ofendida. Sabía la verdad en mi corazón, pero este juez no me creyó. Y me lo dijo delante de mi hija y en una corte.

Conduje a casa agitada. Entramos y saqué un calendario tratando de recordar las fechas. Mi hijo, Eli, había terminado su estudio nocturno y le pregunté si podía recordar una segunda tormenta.

“Sí, mami”, dijo rápidamente. “Fue el jueves de Purim”.

No lo podía creer.

“Tengo ganas de volver allá ahora mismo con mi calendario”, dije. Seguí pensando en el juez y en cómo se atrevió a acusarme de mentirosa.

“Mami”, dijo mi hija Alisa en medio de mi divagación. Me di vuelta para mirarla.

“Déjalo pasar, mami. No vale la pena”.

Me detuve un momento. Tomé un respiro profundo. Y me di cuenta que esta niña de 11 años estaba en lo cierto.

¿No es exactamente esto lo que había tratado de enseñarle una y otra vez? Durante todas las batallas entre niños en el jardín, las pequeñas riñas entre amigos y hermanos, ¿no es esta la lección que siempre intenté enseñarle?

No te alteres tanto, no te enojes, no sigas pensando constantemente en eso, ¡no vale la pena!

¿Cuántas veces les decimos esto a nuestros hijos? Pero, ¿de qué sirve si cuando nos pasa a nosotros permitimos que nuestras emociones nos controlen? No sabemos cómo dejar pasar las cosas, y esos encontronazos que nos dejan enojados, ya sea con amigos cercanos o con extraños en el supermercado, se apoderan de nuestro día.

Alisa tenía razón. Y al día siguiente, cuando los pensamientos de “¿cómo pudo el juez?” cruzaron mi mente, las palabras de mi hija sonaron claro y con fuerza.

“Déjalo pasar, mami”.

Slovie Jungreis-Wolf


Matón: ¿Estamos criando a nuestros niños para que sean malvados?

“Ellos no dejan que nuestro hijo juegue. Nunca lo incluyen cuando celebran sus fiestas de cumpleaños o pijama parties. Mi hijo quiere ser amigo de ellos, pero ellos se burlan de él. No es el mejor deportista y tiene problemas de aprendizaje, ¿pero eso les da derecho a ser malvados?”.

La pareja se acercó a mí con el corazón roto. Yo acababa de dictar una charla sobre educación y ellos estaban claramente angustiados.

“¿Cuántos años tiene su hijo?”, pregunté.

“Ocho. Sólo tiene ocho años, y ya tuvo una vida entera de dolor”, dijeron con tristeza.

¿Qué se les puede decir a estos padres?

Los diarios están llenos de historias de matones. Parece ser que la maldad está comenzando a una edad más temprana. Todas las semanas recibo llamadas y emails de padres que sufren por la angustia de sus hijos. Y ya no son sólo adolescentes y preadolescentes.

En un artículo reciente sobre matones en un periódico, una consejera escolar dijo que “ve a los niños de primer grado tirándose de los pelos, vomitando antes de entrar a la escuela y quejándose de constantes dolores de estómago. No tener celular o la prenda exacta es no estar “en la onda”. Las pobres niñas que no tienen ropa de marca, olvídalo”.

El artículo continúa diciendo que los padres de preescolar y de escuela primaria tienden a estar mucho más preocupados por los matones que los padres de adolescentes.
“Nos dimos cuenta de que tenemos que encargarnos de este tema ya en el jardín infantil”.

Una encuesta reciente de 273 niños de tercer grado reportó que el 47% fue acosado al menos una vez, el 52% dijo haber recibido apodos, burlas u hostigado de manera hiriente, y el 51% dijo que fueron dejados de lado a propósito, excluidos, o totalmente ignorados por su grupo de amigos al menos una vez en los últimos dos meses.

Algunos gobiernos incluso han puesto programas como “¡Deja de atormentar ahora!”. Un oficial encargado de una campaña anti-matones dice: “Nos dimos cuenta de que tenemos que encargarnos de este tema ya en el jardín infantil”.

¿¡En el jardín infantil!?

¿Qué es lo que hace que estos niños sean tan malvados? ¿Es posible que nuestros niños estén adquiriendo la brusquedad del mundo que los rodea? ¿Puede que estén reflejando estas actitudes insensibles a través de su mal comportamiento?

Quizás si nos tomamos un momento para observar el mundo de nuestros niños obtendremos un entendimiento que nos permitirá marcar una diferencia y criar una generación más amable.

Niños Adultos

Hoy en día nuestros niños tienen siete años y están haciendo cosas de niños de trece. Incluso los más pequeños tienen aparatos electrónicos que los niños de su edad no poseyeron nunca antes.

La mayoría de los niños de escuela primaria tiene uno o más de los siguientes: teléfono celular, iPhone, iPod, o su propia laptop. Conozco algunos niños de ocho años que ya tienen sus propios Blackberries.

Darles estos aparatos a los niños sin ninguna clase de supervisión es un error inmenso. Para mí, ¡es como darles las llaves del auto y desearles que la pasen bien!

Piensa en esto: una niña de nueve años está en la pileta. Una compañera de clase toma una fotografía vergonzosa de ella, captándola en un momento extraño. Luego envía la foto con un comentario ‘divertido’ a todas sus amigas. ¿Puedes imaginar lo que ocurre después?

Cada niña reenvía la foto a ‘sus’ amigas, que a su vez ríen bastante mientras la siguen pasando y reenviando. En un segundo, la niña se transforma en la burla de toda la escuela… y más. Se encuentra en un infierno cibernético y no quiere volver a clases.

Sus padres me llaman llorando. ¿Crees que este daño puede ser revertido? La tecnología actual permite el acoso con sólo presionar un botón. En lugar de hablarle a un solo amigo, puedes llegar a docenas en un instante. Y así como se esparce el dolor, así también se esparce el tormento, y nada frena su camino.

¿Qué podemos hacer al respecto?

Lo primero que necesitamos hacer es enseñarles responsabilidad a nuestros hijos. No existe tal cosa como herir a otro y no enfrentar las consecuencias de nuestras acciones. Tú eres responsable por esa malvada foto o texto. No importa si sólo la envías a uno o dos amigos. Debes entender el horrible impacto que tus acciones causaron.
Nuestros hijos deben entender que cada vez que aprietan el botón están ocasionando un daño real.

Nuestros hijos deben entender que cada vez que aprietan el botón están ocasionando un daño real.

Quizás el hecho de no ver la cara de la víctima es lo que evita que nuestros hijos entiendan la angustia que han causado. Los celulares aparentan ser tan inocentes. Pero el niño cuya imagen está siendo enviada se enfrenta a humillación y a burlas una y otra vez.

Nuestros hijos deben ser concientizados. Si utilizas un teléfono o un iPad, debes utilizarlo con sabiduría.

¿Es nuestro mundo más malvado?

Nuestros niños miran shows de TV y películas que no canalizan bondad. Los reality shows, las comedias y las películas hacen que el comportamiento rudo parezca normal, y hasta divertido. Crecen desensibilizados y se entretienen viendo personas lastimando a otras personas. ¿Cómo podrían no ser afectados?

Algunos sienten que los padres de hoy son un poco más ‘duros’. Odio pensar que eso es verdad. Sé que estamos estresados, y que tenemos presiones. Hay una crisis económica mundial. Muchos hogares están oprimidos emocionalmente, y los matrimonios son tensos. Los hogares uniparentales tienen también la carga de cumplir con los dos roles.

El resultado puede ser que no estemos sintonizados con lo que está pasando hasta que ya estamos en problemas. Si todo parece tranquilo, y los niños no molestan, estamos felices.

Si tu hija fue invitada a una fiesta ‘de onda’ con otro grupo de amigas, estarás emocionada de saber que fue incluida. ¿Qué harías si escucharas que hubo una niña en su círculo que fue dejada de lado y herida? ¿Le enseñarías a defenderla?

¿Llamarías a la madre de la niña para pedirle que incluya a la niña excluida?

Estas son preguntas difíciles. Algunos dirán que depende de la edad de tu hija, de su posición social y de la relación que tiene con la niña o la otra madre.

Más allá de nuestras respuestas, debemos internalizar que nuestras acciones hablan más fuerte que cualquier discurso que les demos a nuestros hijos sobre compasión y bondad. Incluir a los que sufren puede ser una gran lección de vida. Seguir sin siquiera pensar mientras presumimos porque nuestra hija fue incluida puede crear como resultado, con mucha facilidad, una niña fría e insensible ante las lágrimas de otros. Y un día ese ‘otro’ puede muy bien ser parte de la familia.

Si podemos enseñarles a nuestros hijos a pensar antes de hablar, a dimensionar los efectos de sus acciones antes de actuar, a sentir al menos cuando hieren los sentimientos de otros, imagina la generación que criaríamos.

Está en nuestras manos.

Slovie Jungreis-Wolff