martes, 19 de febrero de 2013

Mi 14 de febrero o más vale aquí corrió...

Levante la mano el o la que iba por un 14 de febrero sin pena ni gloria y salió trasquilado. Levante la mano el que, sin esperar nada a cambio, se rayó. El que se llevó la sorpresa de su vida. Les cuento mi caso: no sé por qué diablos volví al lugar en que me enamoré de alguien… sin ese alguien. Quizá fue por la insistencia de mi date de anoche o porque, desde muy temprano, padecí los excesos del culto ajeno a San Valentín: los globos, las rosas, los chocolates, el infaltable sedán tapizado de amorosos y devotos post-its... Y, un tanto rendida, me dije: Ok, ¡celebremos el día…!

No es que me considere grinch del 14 de febrero. De hecho, ha habido años en que, sin cuestionarme, he cedido ante el numerito novelesco. Sin embargo, éste me agarró sola, ciertamente atrapada en el pasado y, mal aconsejada por mí misma, se me ocurrió creer que, si volvía con otra persona al lugar mágico, muy probablemente el hechizo se rompería.

Ay de mí. Sucedió todo lo contrario.

A pesar de ser noche de San Valentín, había muy poca gente. La atmósfera estaba intacta. Parecía un pueblo fantasma, quizá un museo. Cada detalle del restaurante-bar (el patio, la fuente, la fogata) me remitió a aquella ocasión. Elegí la misma mesa y el mismo asiento. Quise repetir la noche, la conversación, los acercamientos, la sutileza, las caricias a su antebrazo, arrimar cada vez más nuestras sillas, pero, pequeño detalle, éste era otra persona. Y, en vez de seducción, hubo provocación. En vez de caricias sutiles, besos desesperados. En vez de cadáver exquisito, una plática insulsa.

La clásica dinámica arcaica en la que, aunque se trate de una cena romántica, el hombre en cuestión se da el lujo de mencionar a todas las mujeres que le vienen a la mente, pero, apenas una se permite evocar un affair o hacer alusión a un hombre más joven, se gana apelativos como: asaltacunas, ninfómana, con la “p” en la frente, etcétera.No te la creas, estoy bromeando, dijo mi date de anoche más de una vez.

Como podrán imaginarse, mi malograda cita de San Valentín concluyó antes de lo previsto. No quedaron ganas de dar un siguiente paso ni por compromiso ni por necesidad: si en un principio hubo algo de atracción, ésta terminó por esfumarse. No sé si me privé de algo grande, del romance o la experiencia íntima de mi vida, pero, honestamente, me dio mucha flojera jugar el juego de la simulación y decir A para obtener B sin revelar C, pero sugiriendo D. El juego de esconderse y replegarse, play it cool, dicen en inglés. Quizá otras veces lo he jugado, ¡y con maestría!, pero anoche me pareció que ni era el momento ni valía la pena, así que opté por mayor fluidez y mayor autenticidad, canté un poco quién era y qué esperaba, en pocas palabras, apliqué el clásico ''más vale aquí corrió que aquí murió''.

Renuncié a mi condición de player y a una dinámica en la cual, por más que pareciera un cortejo entre adultos, amenazaba con terminar siendo una subordinación por parte de alguno o de ambos: es decir, sin desearlo verdaderamente. Y, ojo, no es que me dé golpes de pecho, pero también se vale echarse para atrás y cambiar de opinión, aun cuando parezca que la velada incluye el paquete completo.

Me parece que hay que ir redefiniendo y desmenuzando toda esa nueva ola de ''amores adultos''. De pronto me da la impresión de que ahí cabe cualquier cosa y lleva implícita la consigna de ''sexo a cualquier precio'', incluso al precio de un mal sexo. ¿Tan grave está la situación? Paso, me dije. Para tener un encuentro íntimo, mínimo que el deseo, el vigor y la osadía sean recíprocos, que lo anteceda un aire lúdico y de complicidad, que la seducción sea mutua: una exploración a la vez ingenua y transgresora.

Derrotada en la más reciente batalla de San Valentín, llegué al lugar donde vivo. El vigilante me dijo que había algo para mí: era una caja con un juego de lencería negra, un boleto de avión a Las Vegas y un par de entradas a Zumanity, de Cirque du Soleil. La tarjeta, sin firmar, decía: “Sensual e impredecible… como tú”.

La velada que acababa de pasar me había hecho sentir justamente lo opuesto. Háganmela buena, pensé. ¿Será obra del malogrado y desairado pretendiente que tal vez traía un as bajo la manga? ¿Acaso está de regreso el amor al que quise reemplazar? ¿Será el sereno, una broma, un freak? ¿A quién devolver el regalo? No sé si me quede la lencería. Mi problema con Las Vegas es la visa.


Rose Mary Espinosa
Fuente: http://blogs.eluniversal.com.mx


Tomando el Control: Como Disciplinar con Amor


Hace años tenía de visita a una antigua amiga de la universidad y a sus hijos pequeños. Ella me confió las dificultades que tenía para lograr que sus hijos se fueran a dormir por la noche. Un niño requería que ella se quedara con él hasta que se dormía, mientras que otro se rehusaba a dormir en otro lugar que no fuera la cama de los padres. Si venía una niñera, mi amiga ni se preocupaba en decirle que pusiera a los niños en la cama. Los niños simplemente se quedaban dormidos donde fuera que estuviesen y mi amiga se preocupaba de llevarlos a la cama cuando regresaba a casa.
Cuando nuestra visita terminó, y escolté a mi amiga a su auto, ella admitió tímidamente que tampoco podía lograr que sus hijos se sentaran en el auto.
Mi amiga es una mujer relativamente inteligente. Ella y su esposo ambos son profesionales con títulos avanzados, quienes se desempeñan exitosamente en sus respectivas carreras. Ellos parecen tener una cantidad razonable de sentido común. Entonces ¿Por qué están sus hijos fuera de control? ¿Y qué será en unos años más, cuando los padres intenten que sus hijos adolescentes regresen a casa a la hora por la noche?
Muchos padres no saben que decir cuando se trata de disciplinar a sus hijos. A menudo escucho padres decir que están inseguros de cuando ser estrictos y cuando ser indulgentes, sobre que cosas hacer un tema, y cuales dejar pasar.
La disciplina es más que sentido común. Para muchos de nosotros, es una habilidad que necesita ser aprendida. En esta serie de artículos exploraremos más acerca de qué significa la disciplina y como practicarla efectivamente.
¿Qué es disciplina?
Disciplina es el proceso de fijar límites en el comportamiento de nuestros hijos y hacer respetar aquellos límites de una forma amorosa y consistente. Es una forma de hacerle saber a los niños que hay reglas que deben ser seguidas y modos de conducta correctos que deben ser aprendidos. La disciplina también le enseña a nuestros hijos a aceptar la responsabilidad.
Desde la perspectiva judía, la disciplina es vista como un signo de amor. “A quienquiera que Dios ame, Él amonesta” (Proverbios 3:12). Tanto como Dios nos amonesta con amor, nosotros amonestamos a nuestros hijos por amor hacia ellos.
En cambio, “El que detiene el castigo, á su hijo aborrece” (Proverbios 13:24). El “castigo” aquí no se refiere a aprobar el castigo físico (más acerca de esto en un futuro artículo). Se está refiriendo a las varias formas de disciplina que utilizamos para corregir a nuestros hijos y fijar límites.
Las fuentes judías nos dicen que un niño disciplinado nos traerá placer (Proverbios 29:17) y que un niño disciplinado se convertirá en sabio cuando sea mayor (ver Reishit Jojmá sobre educación).
Llevar el mando
Para lograr ser efectivos, los padres deben poder tomar el control y llevar el mando. Estamos a cargo. La familia judía no es la familia democrática. Años atrás, algunos expertos en educación fomentaron las “asambleas familiares”, en donde toda la prole se sentaba alrededor de la mesa para votar acerca de reglas y asuntos familiares. Todos tenían un voto igualitario. Mientras que es importante permitirle a los niños expresar sus sentimientos y deseos, el hogar judío debe ser uno en el que los padres tienen la autoridad suprema y toman las decisiones finales.
En el judaísmo, Dios le otorga autoridad a los padres. Hay dos mitzvot que recaen sobre los niños: honrar a sus padres y reverenciarlos. Los padres sucesivamente deben criar a sus hijos con gran amor, sensibilidad y sabiduría.
Como padres, debemos enfrentar nuestro trabajo con confianza. Nuestros hijos necesitan sentir que sabemos lo que estamos haciendo. A ellos no les gustan los padres flojos. Contrario a lo que ellos puedan decir, a ellos no les gusta ser los directores de orquesta. Los niños saben que tienen muy poca experiencia para eso.
Pregúntate a ti mismo: ¿Tengo problemas siendo el que dirige la orquesta? ¿A menudo estoy inseguro acerca de que curso de acción seguir? ¿Me falta confianza en mi habilidad para lograr que mis hijos se comporten? Si es así… ¡sigue leyendo!Nuestros hijos quieren que los guiemos y los protejamos. Ellos no siempre quieren que las cosas se hagan a su modo. Ellos no quieren ganar todas las batallas. Y ellos no quieren padres que sean sus amigos. Los niños quieren padres que sean figuras de autoridad, firmes y amorosas.
Disciplina con amor
La forma judía es disciplinar con amor. El Rabino Yaacov Weinberg, de bendita memoria, dijo que la herramienta más poderosa que poseemos en nuestra generación es el lazo de amor que forjamos con nuestros hijos. Mientras más fuerte es el lazo, más querrán nuestros hijos escucharnos y complacernos.
Por lo tanto, trabajar en el “lazo de amor” es un prerrequisito esencial para ayudar a nuestros hijos a aceptar y respetar nuestra autoridad.
Una de las mayores barreras contra la disciplina efectiva es cuando emociones distintas de amor predominan – como la ira, la frustración, irritación o impaciencia. De todas estas emociones, la ira es la más destructiva. La ira hace a los niños temerosos, y el judaísmo prohíbe causar miedo excesivo en el hogar (Talmud, Gitin 6b-7a).
Es cierto que los niños usualmente se comportarán bien si nos enojamos lo suficiente – pero es un método muy destructivo. Ellos pueden terminar aceptando las cosas hoy, pero las emociones negativas que esto provoca no auguran un buen futuro. Rebeldía, falta de respeto, y otras actitudes impulsivas son a menudo comunes en estos niños.
Además, los padres enojados a menudo hacen sentir a sus hijos culpables por causarles enojo. Entonces el niño tiene que lidiar con ambas cosas, ¡la ira del padre y los sentimientos de culpa por haber causado la ira del padre!Cuando los padres se enojan, el mensaje que el niño recibe a menudo es “No me gustas”. Una vez yo estaba gritándole a mi hija y ella me miró y me dijo, “¡Tú me odias!”. Esa fue su respuesta emocional a mi grito. Ella se sintió odiada.
Los padres que se enojan solamente están demostrando su propia falta de disciplina. No puedes esperar tener niños que se comporten bien, si los padres mismos pierden el control.
Finalmente: si es que queremos ser efectivos, la disciplina necesita llevarse a cabo en una atmósfera de calma y amor.
Unas cuantas reglas para seguir
Aquí van algunos consejos prácticos de cómo demostrar amor al mismo tiempo que amonestamos a un niño:
  1. Dile al niño, “Te quiero demasiado para permitirte (ustedes dirán que)… nadar en la piscina cuando no estoy ahí, pegarle a tu hermano, o conducir a cinco amigos al centro comercial cuando acabas de recibir tu licencia”.
  2. Hablen en tono agradable y suavemente. Si le gritamos demasiado a nuestros hijos ellos aprenderán a desconectarse de nosotros. Mientras más suave hablemos, más alto escuchan ellos. Además, explícale a tu hijo que tienes su beneficio en mente. (Maimónides – Leyes de Desarrollo del Carácter 6:7).
  3. Si estás enojado, relájate antes de lidiar con la situación. Aunque esto es difícil de lograr, inténtalo. Esto le comunica a tu hijo mayor preocupación, ya que evitamos someterlos a nuestro enojo. Y al esperar, estamos siendo modelos efectivos de autodisciplina.
  4. No avergüences a tu hijo cuando lo amonestes. (Está prohibido por la ley judía avergonzar a cualquiera). Esto significa no reprender a un niño en público. Incluso en privado, si dices, “Eso fue tonto”, avergonzarás al niño y lo harás sentir no querido.
  5. Dile a tu hijo que su conducta no es adecuada para una persona de su estatura. En otras palabras, “Tú eres un niño de 10 años inteligente y eres demasiado grande para olvidar hacer tus deberes”. Si pensamos bien de nuestros hijos, y comunicamos eso, entonces ellos harán un esfuerzo mayor para estar a la altura de esa imagen. Además ellos se sentirán valorados y queridos.
El Talmud dice, “Deja que la mano izquierda aleje mientras que la derecha acerca”. (Sotah 47a). El Rabino Samson Rafael Hirsch dice que esta es la combinación de amor y severidad que debemos utilizar con nuestros hijos. El amor, representado por la mano derecha más fuerte, debe predominar siempre.
Si así lo hacemos, entonces nuestros esfuerzos por criar niños sanos que entienden y respetan límites serán bendecidos con resultados fructíferos.
 Jana Heller