sábado, 7 de junio de 2014

Sólo para tus ojos por Rose Mary Espinosa

Pezones rojos y erectos. Vulvas y glandes hinchados. Carnes sinuosas, desparramadas. Vello púbico abundante y ofrendado. . . Ah, los genitales en la obra de Egon Schiele.

Lo primero que conocí del pintor austriaco fue una postal de su famosa pintura Mujer reclinada: ahí la modelo está acostada, con las piernas abiertas y los brazos hacia atrás y, por entre la sábana que la cubre, se asoman los senos y parte del sexo. En ese entonces, la imagen me resultó tan perturbadora como fascinante: lo frontal y desparpajado, pero, en especial, una cierta distancia emocional en el gesto.

Varios años después la he visto físicamente en el espléndido museo Leopold y he comprendido por qué el escritor Héctor Orestes Aguilar, que vivió varios años aquí, asegura que en la capital austriaca ‘’día con día encuentras un hallazgo olvidado. . . '' Algo similar me sucedió con la obra de Schiele, desde Amantes, Mujer arrodillada, el portarretrato Hombre desnudo hasta otras de sus obras en el Belvedere Museum, como: Familia, Amantes II y de manera muy particular La muerte y la doncella, en que la mujer se abraza al eremita (que es Schiele) al tiempo que amenaza con desprendérsele.

Esta última se ha interpretado como símbolo de la ruptura entre Egon y Wally Neuzil, su primera amante y musa, como una manera de poner fin a esa relación y abrirse paso entre la sociedad burguesa. Además del amor, las batallas que, aun en su corta vida, libró el pintor fueron: las del reconocimiento, el sustento y la marginación. Aunque parte de su obra guarda similitudes con la de Gustav Klimt, los efectos son diferentes, de ahí que a menudo se hable de Klimt como un pintor festivo y de Schiele como uno en que el amor, el dolor y la muerte coexisten. En efecto, Egon no podía ver el mundo con los ojos de Klimt.

¿Cómo fue la mirada de Klimt?   

Gustav Klimt fue uno de los principales exponentes del modernismo austriaco y el primer presidente de la llamada Secesión vienesa, fundada en 1897, que se propuso reinterpretar los estilos del pasado y reaccionó contra la racionalidad del comportamiento humano. Este rescate de la mente irracional y de volver la vista hacia dentro tuvo coincidencias con el psicoanálisis de Sigmund Freud: la necesidad de aceptar y entender desde los sentimientos eróticos hasta los impulsos agresivos, dirigidos a otro o a sí mismo.

Y, no obstante, los pintores (Klimt, Schiele y Oskar Kokoschka) parecieron entender, mejor que el mismo Freud, a las mujeres: desde los instintos maternales hasta la sexualidad. Este examen del otro y de sí mismo les permitió explorar y mostrar aquellos móviles inconscientes, al grado de que el expresionismo hizo las veces de escritura creativa y se convirtió en rival del psicoanálisis.

Klimt rompió con tabúes sobre la sexualidad femenina: se cree que no reprimió la sexualidad de sus modelos. En lo delicado de sus pinturas, se concentra en el placer sexual y, más allá de la desnudez femenina, sus cuadros expresan la esencia de la mujer: el placer que reciben, el placer que proveen gracias a otro, a otros, a otra, a otras. . . Están perdidas en sus fantasías, como si se encontraran en el diván de Freud. ¿Qué tan libres son estas manifestaciones? ¿Acaso las poses fueron sugeridas por el pintor o fueron elegidas para complacerlo?

A diferencia de cómo me aproximé y me planté frente a la mujer reclinada de Shiele, en el Leopold, en el Belvedere camino con tiento y pausa previo encontrarme frente a frente con El beso, de Klimt. Lo rodeo. Avanzo y retrocedo. Me detengo en los cuadros de las paredes laterales como una lenta inmersión en sus primeras obras paisajísticas, inspiradas en Van Gogh, la introducción en el periodo dorado, las referencias faraónicas y el tocado estilo Velázquez en los cuadros de Fritza Riedler, o la primera importante que el artista dedicó a una de sus mecenas, la baronesa Sonja Knips. . .

Llego al fin a la obra cumbre de este autor y confirmo lo que me dice mi acompañante: ninguna de las réplicas le hace justicia. Reposa solitaria contra una pared oscura: ilumina y pacifica, como una estrella, como una imagen religiosa, también debido a la inspiración que fueron para Klimt los mosaicos bizantinos. El hombre, ataviado con una manta dorada, cobija a la mujer arrodillada sobre una pradera florida. Lo dorado se extiende por la planicie y en la manta pueden encontrarse iconos sexuales: hay quienes hablan de triángulos en el lado masculino y ovoides en el lado femenino; del coito entre las formas circulares y las verticales; de las formas de células, con núcleo y citoplasma, relacionadas con los estudios de biología del pintor. . .

En todo caso, se respira intimidad física, quizá deseo y placidez mutuos, si bien aun se baraja en quién estaría inspirada la mujer del cuadro, Fritza o Emilia Flöge, alguna de las mujeres idealizadas o de los amoríos intermitentes de Klimt.

Bajo la mirada de Schiele, la gama de las reacciones sexuales femeninas parece más amplia. A él se la ha llamado el Kafka de la pintura y esta ansiedad sobre sí mismo la hace extensiva a lo que lo rodea: una constante perturbación de la fuerza. Sus mujeres se muestran a veces atormentadas, a veces curiosas, a veces desfachatadas, a ratos culpables, a ratos sorprendidas. . .

. . . Atinadamente miradas con los ojos de Schiele, con los ojos de Klimt.



Rose Mary Espinosa

Los poetas de nuestra vida de Rose Mary Espinosa

Mirador de Las Vistillas en Madrid
No siempre sabemos aprovechar el tiempo durante una escala larga. Así me sucede hoy en Madrid: en unas horas partiré rumbo a un reencuentro que no sé si será despedida o recomienzo. Sé, en cambio, que viajo sin esconderme, sin lastres ni culpas como me ocurrió la última vez que estuve aquí, también durante una escala.

En ese entonces cargaba con remordimientos por haberme enamorado de otra persona, aun cuando estaba en una relación, y la osadía me costó una serie de reclamos, desde: ‘’Conmigo lo tenías todo’’ hasta: ‘’Vas a terminar sola en la vida’’. Aun cuando mis sentimientos eran más firmes que nunca, procuraba vivir con discreción el nuevo romance, so pena de no hacer sentir mal a mi expareja que, de algún modo, a la fecha me responsabiliza de su mala suerte en el amor.

¿Por qué nos cuesta tanto responsabilizarnos de nuestros propios sentimientos? En la sección de Psicología de la librería busco algún título que ofrezca una respuesta rápida: de ''bote pronto'' encuentro El libro Troll, El mundo entre tus manos y La risa os hará libres.

Son tan pocas horas que me parece que no tengo muchas opciones. En la librería hay guías que proponen conocer lo básico de esta ciudad, si es necesario, en un solo día. Prefiero llamarle a mi amiga Beatriz, quién quita y pega, y queda en alcanzarme apenas salga del trabajo para pasar la tarde juntas.

En la sección cultural de La Vanguardia leo un artículo sobre el descubrimiento de la comedia Mujeres y criados, de Lope de Vega, en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de España. El profesor Alejandro García-Reidy determinó la autoría de Lope tras una exhaustiva revisión de la métrica de dicha obra en correspondencia con otras obras del autor que datan de la misma época, es decir, entre 1612 y 1613.

Relaciones amorosas entre personas de distintos estratos sociales: de eso trata Mujeres y criados. Y estamos hablando de mujeres con iniciativa: Violante y Luciana están respectivamente enamoradas de Teodoro y Claridán, y a la vez son respectivamente pretendidas por los acomodados Don Pedro y Don Próspero, este último patrón de los muchachos.

Es una comedia urbana que confronta las relaciones por conveniencia. Ambas protagonistas son mujeres con iniciativa que se las ingenian para encontrarse con sus enamorados, burlando a su padre. Luciana calma los celos de Teodoro, quien teme que el pretendiente de su amada sea su "dueño", mientras que Violante se sirve de la ironía y el humor para responder los insistentes y exagerados galanteos de Don Pedro, su acomodado pretendiente. Al final, el amor se impone al honor y la búsqueda de la felicidad al servilismo.

Cuando termino de leer la obra (que se encuentra en línea y publicada en Gredos), llego a la cita con mi amiga y, en una tarde tranquila y fresca, vuelvo a algunos de mis espacios favoritos y me detengo en otros que no había apreciado con detenimiento.

Subimos por Serrano a la plaza de la independencia y por Alcalá a la Cibeles. Caminamos hasta Puerta del Sol, donde un grupo de veteranos marchan por la eliminación de las sentencias franquistas, seguimos a Plaza Mayor, donde decenas de mujeres vestidas con camisetas rosadas siguen la rutina de baile de un instructor. Llegamos al mercado de San Miguel, que hace unos días cumplió cinco años de haber sido renovado en una estructura conocida como Arquitectura de Hierro, a la manera de Barcelona.

Seguimos nuestra caminata. Pasamos por el famoso puente de los suicidas (Viaducto de Segovia) y Beatriz me cuenta del caso de tres adolescentes que se arrojaron juntas, antes de la instalación de las mamparas de dos metros, hace casi 16 años, para disuadir los impulsos suicidas, no siempre con éxito.

Con todo y la protección, el panorama es imponente, casi un imán. Los copiosos árboles tienen un efecto tranquilizante, a la vez que el cielo nublado ciertamente inquieta aun cuando la Basílica de San Francisco el Grande semeje un vigía. Desde un café en Vistillas miramos cómo el sol se extingue después de incendiarse entre las nubes.

Es el momento de despedirse. Regreso al punto de partida para empacar las compras del día y revisar mi correspondencia, ya que, desde que comenzó el paseo, no he tenido oportunidad de conectarme. Apenas entro a zona WiFi cae un racimo de mensajes en WhatsApp: la misma serie de recriminaciones que he recibido en los últimos años: que si nunca en la vida había padecido tanto, que no se repone, que a veces quisiera que sufriera lo mismo que él. . .

Viene a mi mente uno de los diálogos de la citada obra de Lope, cuando, celoso, Teodoro se pregunta: ‘’¿Con quién tomaré consejo que me defienda de mí cuando yo mismo me ofendo?’’. En mi caso, son las caminatas, como la inesperada de hoy en Madrid, son los hallazgos sorprendentes, es descifrar a través del arte, de la literatura, como en la citada obra de Lope, ciertos pasajes de la vida que ni la lógica ni la terapia atinan a resolver.

Esta vez Madrid ha sido la escala mejor aprovechada de mi vida. Sigo mi viaje rumbo a un episodio tan anhelado como temido y que en cualquier caso desconozco. Mis libros y mi poesía me protegen. . . Por eso recomiendo tan devotamente el recurso de mirar a través del arte y construirnos ilusiones propias, tomar lo cotidiano y embellecerlo, darle valor y significado, convertir nuestra vida en arte y poesía, ser poetas de nuestra vida.

Rose Mary Espinosa