lunes, 11 de febrero de 2013

Cuerpos que se invaden

Es probable que, al decir que las violaciones ocurrían en cualquier parte del mundo, el presidente municipal de Acapulco, Luis Walton, pretendía evitar que su “plaza” fuera especialmente estigmatizada como violenta y peligrosa. Sin embargo, lo realmente grave es lo que subyace bajo tan espontánea declaración: que las violaciones son una amenaza persistente, universal e inevitable. En pocas palabras, que los violadores suelen salirse con la suya.

Discursos de esta índole y, en especial, la omisión y la indiferencia hacia las agresiones sexuales, dan por sentado que la violación es una acción social y ritual, en buena parte aceptada, aun cuando evidencia un ejercicio de dominación y crueldad por parte de los hombres contra las mujeres. La minimización de estos actos insulta y afecta tanto a las víctimas directas de este episodio en particular, como a todas las víctimas de violación e incluso a toda una sociedad.

Así en el discurso del entretenimiento (una de cada ocho películas producidas en Hollywood incluyen una escena de violación) como en el oficial y el de la calle, hay una tendencia a no reconocer la gravedad del trauma consecuencia de una violación, cuando es que las víctimas de este tipo de agresión tienden, entre otras cosas, a enfermarse, deprimirse y abusar del consumo de alcohol y estupefacientes en mayor proporción que otras personas.

Pareciera que, por más disculpas y justificaciones, la autoridad responde con cierta tolerancia a dicha atrocidad, como si hubiera que cruzarse de brazos ante una agresión autorizada. Como dice la autora Cathy Winkler, esta minimización de los hechos fuerza a las mujeres violadas a confrontarse con una muerte social: un sistema que protege al perpetrador y pone en duda la credibilidad de la víctima. Así, se perpetúa este tipo de crimen como una representación arcaica de la desigualdad entre géneros, en la cual la mujer es un cuerpo que se invade. Tal y como declaró un veterano de guerra de Vietnam: ''Si tienes un arma, ¿por qué pagar por una mujer? Vas al pueblo y tomas a la que quieras''.

Recuerdo que hace varios años hubo en esta ciudad dos violaciones en grupo que fueron noticia: una de ellas tuvo lugar en un restaurante, la otra en una academia de danza, ambas en las Lomas de Chapultepec. Alrededor de los sucesos, se gestó un atmósfera de hermetismo, curiosidad, morbo y desde luego miedo e indefensión. Había que salir poco. Sospechar de todo y todos. Guardar silencio. Esperar no verse jamás en una situación semejante, a la merced de un grupo armado que irrumpiera, amagara, sometiera a las víctimas y vejara de alguna forma a los testigos.

En su libro Rape (Violación), Joanna Bourke analiza las violaciones en grupo como un elemento esencial en el proceso de hermanar a los hombres entre sí. Así en el contexto militar como en el civil, los miembros perpetradores de estas fraternidades suelen competir entre ellos en aras de demostrar una fuerza y una virilidad superiores, émulos de un líder que marque la pauta, a la vez que sus actos requieren de una audiencia que constate territorialidad, impunidad y poder violar a una mujer sin que nadie haga nada al respecto. Como dioses.

Cuánto daña a una sociedad reducir la sexualidad masculina a un pene agresivo, invasivo y siempre listo para actuar. No queda más que hacer lo que esté a nuestro alcance para erosionar prácticas y desmitificar narrativas que promueven la sexualidad masculina como una de opresión y dolor, de poder y dominación. Es posible concebir el cuerpo del hombre para su placer, así como para el placer, el respeto y el consentimiento de la otra persona. Que también los hombres se involucren y pugnen, y no den por sentado ni compren predeterminaciones caducas que a todos afectan. Que la autoridad no minimice las bestialidades ni se convierta, a su vez, en una bestia que desoye estas alertas y permite que los violadores sigan saliéndose con la suya.

Rose Mary Espinosa
Fuente: http://blogs.eluniversal.com.mx


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