viernes, 8 de marzo de 2013

Desnudémonos sin miedo por Rose Mary Espinosa

Hay ideas que rondan en nuestra cabeza y no siempre atinamos ponerlas en palabras hasta que leemos o escuchamos una frase que enuncia perfectamente lo que queremos decir. Yo tenía la intención de escribir sobre sexualidad femenina, particularmente sobre lo que la detiene y lo que la potencia, es decir, sus anclas y sus alas. En eso, mientras recorría la exposición Mi cabeza, mi casa, del artista Ricardo Nicolayevsky, me encontré con un aforismo que, a la vez, ató y desató cabos, El miedo se quita con la ropa interior.

La frase bien puede ser una advertencia, una instrucción, pero también un ideal de desenvolvimiento y liberación, tanto un punto de partida como un punto de llegada, arribar al desnudo sin miedos. No obstante, muchas veces esto no ocurre así y despojarse de la ropa no implica hacer lo propio con temores e inseguridades. Al contrario.

Aun cuando estamos rodeados de recetas, códigos y protocolos que nos invitan a, fundamentalmente, desenvolvernos en la superficie para salir triunfantes en cada encuentro íntimo, toda esta información, incluso si apunta ser efectiva, no siempre implica congruencia o plenitud, ni siquiera una consecuente liberación. ¿Qué es lo que nos distrae? ¿Qué nos ata? ¿Qué nos impide dejarnos fluir y disfrutar?

La sexualidad está conformada no sólo por nuestros impulsos y deseos sino por nuestros miedos y nuestras culpas, nuestras expectativas y nuestras malas experiencias. Es, a un tiempo, escenario de acción y contención, aquello que nos mueve y aquello que nos frena. Es aprendizaje y conocimiento tanto de nuestra pareja o nuestras parejas como de nosotros mismos.

Es una carga pesada para casi todo el mundo, si bien, en el caso de las mujeres conlleva varias peculiaridades, especialmente por la serie de dogmas, atavismos y malentendidos que acompañan la llamada liberación sexual. Nos encontramos ante una sociedad ambivalente que aparenta ser permisiva, o lo es parcialmente, y, por otra parte, condena y censura dicha liberación, a veces al amparo de un quizá justificable temor, que la mujer sexualmente libre se desborde y ponga en riesgo el orden preestablecido o los cánones dictados por un discurso predominantemente masculino.

A través de los años, como investigadora, periodista y escritora, he tratado de ahondar en estas realidades y en sus diversos porqués. Mi trabajo en distintos espacios mediáticos me ha dado la posibilidad de tomarle el pulso a parte de esta zona temerosa que yace bajo la piel, esa duda, ese miedo constante a equivocarse, a no satisfacer enteramente, a ser tasada, criticada y devaluada, a expresarse y ser malinterpretada, a expresarse, punto.

Mujeres que acceden a un trío por miedo a que su negativa las lleve a perder a su pareja. Mujeres que no se atreven a decir que se les antoja un trío por miedo a que la pareja se sienta agredido y las juzgue y las deje. Mujeres a quienes ofende que sus parejas gusten de la pornografía. Mujeres a las que mirar en secreto pornografía las estimula e inspira. Mujeres que guardan su pasado y sus fantasías. Mujeres que exteriorizan ambos y se arriesgan a ser temidas, insultadas, incomprendidas. Mujeres tan pendientes y, a la vez, tan inconformes con sus formas, que se privan de mirarse, de sentir y de sentirse. Mujeres que se desmelenan, mujeres que se contienen en la medida de otro. Insisto, no hay recetas.

Quizá lo más sensato sea aceptar esa zona oscura que también nos conforma, ir a su génesis, abrazarla y entenderla, para después restarle peso y así no nos sea tan determinante ni rija nuestra vida o la de otros. Sirva como ejemplo el caso de una madre que, por miedo a que su esposo perdiera la cordura, no se atrevía a decirle que su cuñado acariciaba a sus dos hijas para estimularse sexualmente. “Si se entera, es capaz de matarlo”. Los miedos no sólo amenazan con paralizarnos sino también pueden hacernos cómplices de nuestra insatisfacción, de nuestro conformismo, del daño consciente o inconsciente a los demás.

El plano inclinado (Sobre el sexo…) 

Más aforismos de Ricardo Nicolayevsky 

34. La lujuria se esconde bajo el pesado cuerpo de la culpa. 

35. Las nalgas recuerdan vivencias que el cerebro niega. 

36. El deseo estima lo que la frigidez congela. 

38. La espera sazona la duración del orgasmo. 

42. Para encontrar la medida, tenga a la mano algo más que su propio miembro. 

45. El sexo es el lugar donde se desnuda el cuerpo. 

46. La mano suaviza lo que el deseo endurece. 

48. Las proporciones de la belleza se distinguen mejor a oscuras. 



Fuente: http://blogs.eluniversal.com.mx



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